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Todo esto se cifra en llegar al término de la carrera que he emprendido. Por este lado, se me antoja a veces que soy más censurable que Pepita, aun suponiéndola merecedora de censura.

Retana aduce dos: la censura de imprenta y el desconocimiento del castellano literario por la mayor parte de los filipinos netos.

Profesamos el principio de la publicidad en el sentido mas lato, porque los estragos que ha ocasionado el sistema contrario nos han convencido, que mas vale exponerse á la censura de unos pocos lectores apáticos, que descontentar á los curiosos para quienes nada es indiferente.

En todo este elogio, no hay la menor censura sobre la moral de la reina, sino profunda admiración al buen éxito de sus empresas: envidia casi, no porque Felipe II hubiera sido más cruel y más tirano, sino porque fue menos hábil. La vida de D. Cristóbal de Moura, y por consiguiente, el libro del Sr. Danvila, se extienden aun algunos años por el reinado de Felipe III.

Es así que no puede decir ningún escritor que se le ha prohibido un artículo por la censura porque eso lo prohíbe la ley, y la ley no puede ser mala; luego ¿cómo había yo de escribir artículos que se me pudiesen prohibir? Ni los he escrito, ni los he de escribir, ni lo dijera, si por algún evento los hubiera escrito, ni yo lo quiero decir, ni me dejarán tampoco, aunque yo quisiera. No hay medio.

aquí la censura. Repara que el vaso en que bebe se queda vacío, entonces siente doble sed, y tiene doble prisa en llenarlo. ¿Seria necesario que para conseguirlo se transformara el mundo entero? Pues transfórmese el mundo; pero llénese el vaso. aquí el egoismo.

Y la mejor prueba de que me equivocaba de medio a medio, es que estoy escribiendo el prometido libro, aunque confieso que ni me puede servir a para lanzarme a la política, ni tiene nada que ver con el Tirol. Y bien puedo añadir que tampoco merecería la aprobación de la Condesa mi cuñada, suponiendo que yo lo sometiese a su severa censura; cosa que me guardaré muy bien de hacer.

Los de la mesa correspondían a la alegría ambiente; reían, gritaban ya, se obsequiaban, se alababan mutuamente con pullas discretas, por medio de antífrasis; ya se sabía que una censura desvergonzada quería decir todo lo contrario: era un elogio sin pudor.

Los franceses han cultivado mejor este género de literatura íntima. Así sabemos detalles interesantes y pintorescos. Moliere leía sus comedias a su criada conforme las iba escribiendo. Cuando a la buena mujer no le agradaba una escena el poeta la tachaba. Era su previa censura, el mismo espíritu del público para el cual escribía.

Hombre de letras, creó el famoso colegio del Príncipe, para educación de los hijos de caciques, y no permitió la representación de comedias ni autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura. «Deber del que gobierna decía es ser solícito por que no se pervierta el gusto».