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Como cuestan tan poco estudio, hazen muchos muchas, sobrando siempre animo para mas, á los mas timidos. Alli como gozques gruñen por invidia, ladran por odio, y muerden por venganza. Todo charla, paja todo, sin nervio, sin ciencia ni erudicion. Sean los escritos hidalgos; esto es, de mas calidad que cantidad, que no consiste la opinion de sabio en lo mucho, sino en lo bueno.

Ahora, hija mía, buen corazón para todos y buena cara donde quiera que nos encontremos con ellos; pero nada más y como si no hubiera habitantes en Villavieja. Si ladran, que ladren; si muerden, que muerdan. ¡Viva la libertad con orden! como se gritaba en cierta ocasión, y a vivir a nuestro regaladísimo gusto, ¡canástoles! que para eso hemos venido aquí.

A me gustan los cangrejos porque son pacíficos, serios, saben los secretos del mar, no ladran ni asustan a las gentes como los perros, que tan antipáticos le eran a Goethe, el cual, sin embargo, no estaba loco». Tenía la preocupación del mundo invisible y de los mitos cosmogónicos, y cultivó los círculos misteriosos de Swendenborg y, del clérigo Terrasson.

Me oyen como si les hablase en griego. ¡Y pensar que les trato con toda finura, como en un colegio de la ciudad, para que aprendan ustedes buenas formas y sepan hablar como las personas!... En fin, tienen ustedes á quien parecerse: son tan brutos como sus señores padres, que ladran, les sobra dinero para ir á la taberna, é inventan mil excusas para no darme el sábado los dos cuartos que me pertenecen.

La lluvia continuó sin interrupción alegrando y reviviendo todo y cuando los tres amigos, ya casi de noche, tomaban asiento en el comedor se oyó ladrar los perros como si algo extraordinario ocurriera. ¿Qué sucede, José? preguntó Melchor al sirviente que ponía la sopa en la mesa. Debe andar gente, don Melchor, por como ladran... voy a ver.

Señorito D. Diego exclamó con furia semejante a la de esos perrillos que ladran mucho sin que jamás el transeúnte se detenga a mirarlos , la señora mandó que no saliese usted de casa. Se lo diré cuando venga.

Cuenta un viajero que los perros del Kamtschatka, acostumbrados á dicho espectáculo, se sobrecogen é irritan lo mismo: á manadas, por millares, en el transcurso de la noche, ladran á las mugientes olas y rivalizan en furor con el embravecido Océano del Norte.

Estas dos especies se aborrecen, se persiguen, se ladran, se enganchan y se venden. Fea, hubiera recorrido una carrera obscura, pero acaso holgada; hubiera recurrido al trabajo; y éste la hubiera sostenido.

Y al día siguiente de todo este aparato teatral, cuando se apagan las luces e incensarios y la iglesia recobra su aspecto vulgar, la vida mísera y la intriga para ganarse el pan: ¡siete duros al mes por aguantar a todas horas a unas pobres mujeres con el humor agriado por el encierro, vulgares como criadas de servicio, que pasan la vida averiguando en el locutorio lo que ocurre en la ciudad y fabricando porquerías dulces para obsequiar a los señores canónigos y a las familias protectoras de la casa...! ¡Y aún hay curas que envidian, que ladran de hambre contra por la dichosa capellanía de monjas, y me tienen como un adulador del palacio arzobispal, no comprendiendo de otra manera que siendo tan joven haya pescado esta prebenda que me permite vivir en Toledo con siete durazos mensuales...!

Resaltan en el cielo azul diáfano el caserón rojizo del convento y la aguda torre de la iglesia. Una larga pincelada azul de las montañas, sobre otra larga pincelada negra de los olivos, limita el horizonte. De pronto rasga los aires la nota sostenida y metálica de la corneta del pregonero; ladran los perros; cacarean los gallos; llega el silbido ondulante, apagado, de un tren que pasa...