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Ana empezó a hablarle, a decirle mil zalamerías a aquel bollo que del mundo exterior sólo conocía las sensaciones de calor y frío; buscó una cucharilla y le paladeó con agua azucarada; arregló la gorra protectora del cráneo, blando y colorado como una berenjena, y después se sentó a la cabecera del lecho, depositando en el regazo el fajado muñeco.

Pues mire usted, fiscal, y para que le vaya sirviendo de gobierno respondió el otro temblándole los labios : si quiere usted que no se le atragante el bollo ese, guárdese mucho de volver a tomarle en boca delante de ; porque por encima de cuanto le estimo a usted y hasta del sol que nos alumbra, pongo yo el respeto que se debe a la persona a quien apunta usted en su broma de mal gusto.

Es el privilegio de cometer toda clase de descortesías, sin que caiga sobre el que las comete el apodo de descortés. Si no supiera que aquí se acata como una fórmula social, lo tomaria á insulto. Pero aún es más original y curioso el otro carácter de que hablé: ¡merci! Entro á comprar un bollo que vale un sueldo. Saludo á la persona que despacha, y oigo merci. Echo mano al bolsillo, y oigo merci.

Grosero y pesimista es el refrán que dice: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. El refrán, con todo, tiene por desgracia mucho de verdad. A los siete u ocho días de muerto Arturito y a los tres o cuatro de ido Pedro Lobo, nadie se acordaba ya de Arturito, salvo su padre, Octaviano, Rafaela y el Sr. D. Joaquín, que le amaba y le lloraba como a su mejor amigo.

Cada momento me seducía más la gracia y el carácter campechano de la primera; y eso que más de una vez se reía, según sospecho, a mi costa. A los dos o tres días de tratarla me preguntó: ¿De dónde es usted? De Bollo. Me miró con sorpresa. Un pueblecito del partido judicial de Viana del Bollo, en la provincia de Orense añadí con timidez.

A aquel bollo blando, que aún parecía conservar la inconsistencia del gelatinoso protoplasma, que aún no tenía conciencia de propio ni vivía más que para la sensación, la madre le atribuía sentido y presciencia, le insuflaba en locos besos su alma propia, y, en su concepto, la chiquilla lo entendía todo y sabía y ejecutaba mil cosas oportunísimas, y hasta se mofaba discretamente, a su manera, de los dichos y hechos del ama. «Delirios impuestos por la naturaleza con muy sabios fines», explicaba Juncal. ¡Qué fue el primer día en que una sonrisa borró la grave y cómica seriedad de la diminuta cara y entreabrió con celeste expresión el estrecho filete de los labios!

Quiero pasar en silencio, por no molestar al lector y porque no me tilde de prolijo y tal vez de goloso, los hojaldres hechos de flor de harina y manteca de cerdo en pella; los multiformes bizcochos, entre los cuales sobresale la torta o bollo maimón; los nuégados, los polvorones, las sopaipas, los almíbares y las perrunas, exquisitas, a pesar de lo poco simpático del nombre que llevan.

«¿Ese chocolatepreguntó en el comedor, resobándose las manos una con otra, como si quisiera sacar fuego de ellas. Ahora mismo. El chocolate había de ser con canela, hecho con leche, por supuesto, y en ración de dos onzas. Le habían de acompañar un bollo de tahona, varios bizcochitos y agua con azucarillo.

Pues... el objeto que aquí me trae... Ante todo, debo decirle que yo no soy ningún aventurero. En toda la provincia de Orense es bien conocida mi familia... Mi padre es farmacéutico en Bollo y ha hecho una fortunita... vamos, que aunque no sea ninguna cosa del otro jueves, como soy hijo único, me permitirá vivir sin trabajar.

Nuestro proyecto era ir a pasar unos días a Bollo, con mi padre, y luego venir a establecernos definitivamente a Madrid. En San Sebastián nos detuvimos para llevar a cabo la visita que Gloria se había propuesto hacer al convento donde había pasado cerca de dos años. Tomamos, en efecto, la diligencia de Vergara y llegamos a esta villa por la tarde, cerca del oscurecer.