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Conviene advertir que mi tío era mayordomo de San Juan, honra que venía, ab initio, vinculada en la familia; y corría de su cuenta alumbrarle todo el año, y vestirle, y adornarle en su festividad, y buscar y pagar predicador para este día. Mas todo esto se hacía con su cuenta y razón; no se crea que á este santo se le servía gratis et amore, sólo por su bienaventuranza.

Le tomaba del brazo para guiarle en las desigualdades del terreno; evitaba que su capa enganchase en los sarmientos sus bordados de realce. ¡Ab ira, et odio, et omni mala voluntate!... cantaba el sacerdote. Había que variar la respuesta, y Dupont, con todos los suyos, contestaba: Libera nos, Domine.

El ser solo, seria uno realmente, y la division de los otros, seria solo posible: pues que la division de dos extremos no puede ser real cuando uno de ellos no es mas que posible; luego la division de los otros, divisio ab aliis, no es un constitutivo necesario de la unidad: porque esta es ya real, cuando el constitutivo es solo posible.

[Nota b: Nostra haec Logica quamvis morosis censoribus copiosa videatur, si rerum ordinem & praecepta consideramus, brevis sit ... si praecepta ab exemplis separentur, facilè apparebit, qu

Así lo hizo JUAN CLERICO en muchas impugnaciones que hace de los Santos Padres, y señaladamente en la Disertacion de argumento theologico ab invidia ducto, puesta al fin de su Lógica en el tomo primero de sus obras filosóficas de la edicion de Amsterdam de 1722.

Si no existiese mas que un ser solo y simplicísimo; no dejaría de ser uno; y sin embargo, no se le podria aplicar el que estuviese dividido de los otros: divisum ab aliis. No habiendo otros, no habria la division de ellos. Luego este miembro de la definicion es redundante.

Gracias á la asistenta que tenían en casa; la señorita podía descansar algunos ratos; y para ayudar á la asistenta en los trabajos de la cocina, quedábase allí por las tardes la trapera de la casa, viejecita que recogía las basuras y los pocos desperdicios de la comida, ab initio, ó sea desde que Torquemada y Doña Silvia se casaron, y lo mismo había hecho en la casa de los padres de Doña Silvia.

Aquel mismo embrión de conciencia que en el fondo de su ser, donde todos tenemos escrita desde ab initio gran parte del Decálogo, le gritaba: «no hurtarás», le dijo con no menor energía: «tienes derecho a reclamar lo que te ofrecieron». Y, obedeciendo a la impulsión, la criatura echó a correr en la misma dirección que su abuelo.

Contra el precepto de Horacio, empezaré ab ovo. Todos somos unos. Todos somos hijos de Adán y hermanos por consiguiente. Pero ocurrió lo de la Torre de Babel y los hombres se dispersaron. Unos se largaron por un lado, otros se largaron por otro, y se formaron muy diversas tribus, razas ó castas.

Por otra parte, ¿hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables abandonados a las aves acuáticas que están en quieta posesión de surcarlos ellas solas desde ab initio?