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La Vanidad y la Idolatría le juran fidelidad, y le prometen su auxilio, para que se eleve sobre todos los reyes de la tierra, y pueda terminar la construcción de la torre de Babel. ¿Quién de tan dulces abrazos, Podrá las redes y lazos Romper? Daniel exclama entonces, con voz de trueno: ¡La mano de Dios!

Contra el precepto de Horacio, empezaré ab ovo. Todos somos unos. Todos somos hijos de Adán y hermanos por consiguiente. Pero ocurrió lo de la Torre de Babel y los hombres se dispersaron. Unos se largaron por un lado, otros se largaron por otro, y se formaron muy diversas tribus, razas ó castas.

París se ha convertido en una inmensa torre de Babel, una ciudad internacional y universal. Los extranjeros no sólo vienen a visitar París, sino también a vivir en él.

Quería decir la torre de Babel, según pensó Desnoyers, pero para el viejo era lo mismo. Yo creo continuó que vivimos así porque en esta parte del mundo no hay reyes y los ejércitos son pocos, y los hombres sólo piensan en pasarlo lo mejor posible gracias á su trabajo.

Concluido este cuasi sermón, cesé de oír: y a poco cesé de ver: dejado de la mano del ser fantástico que me sostenía sobre Babel la nueva, volví a caer en París, donde me encontré rodeado entre la confusión de palabras vestidas de frac y de sombrero, que a pie y en coche corren las calles de la gran capital.

El Duque desplegó el guión de Capitán general, donde tenía pintada la torre de Babel en ruínas con esta letra: NISI DOMINUS ÆDIFICAVERIT DOMUM IN VANUM LABORAVERUNT QUI ÆDIFICANT EAM.

Mi pensamiento era una especie de torre de Babel. En mi continuo trato con toda clase de gentes sólo había encontrado una verdad. Que nuestro hombre y nuestra mujer no existen. O, precisando más la frase, que nuestro amigo y nuestra amante son dos fantasmas soñados por nuestro deseo. Sin embargo, muchos hombres me han ofrecido su bolsa y su vida, y muchas mujeres su cuerpo y su alma.

Mientras Sa-Tó, sentado en el hueco de una almena, bostezaba en un desahogo de «cicerone» fastidiado, yo, fumando, contemplé largo rato, a mis pies, la vasta y sagrada Pekín. Es como una formidable ciudad de la Biblia, Babel o Nínive, que el profeta Jonás tardó tres días en atravesar.

Semejantes a los Fuertes de los días antiguos, viven en sus torres de piedra, de hierro y de cristal, los hombres de Manhattan. En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan, braman, conmueven la Bolsa, la locomotora, la fragua, el banco, la imprenta, el dock y la urna electoral.

Media hora mas tarde, caminando sobre el lomo desnudo de la montaña, fuímos á apearnos á la puerta del estupendo hotel de Rigi-Kulm, que es el punto mas elevado de la montaña y el término de la excursion. Nada mas curioso que aquella Babel europea edificada sobre tan alta cumbre, en medio de un enjambre de lagos, valles y montañas, en el centro de la libre y pintoresca Suiza.