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Bien se echaba de ver que no había despertado en aquel momento. El sueño dulce de la juventud no arrebata de tal suerte las mejillas; no infunde en los ojos semejante brillo ni deja, sobre todo, tal expresión aciaga sobre el rostro. Por delante de aquellos ojos inmóviles y resplandecientes como el acero bruñido había desfilado durante la noche una procesión de fantasmas.

Un momento después, sin embargo, pareció que los fantasmas fueran de naturaleza más condescendiente que lo que pretendía el señor Macey, porque de pronto se vio la figura pálida y flaca de Silas Marner. De pie entre la luz cálida de la pieza, no profería palabra, pero giraba por la asamblea la mirada de sus ojos extraños y sobrenaturales.

Yo no veía más que los fantasmas de mi pesadilla, y, por el momento, a aquel hombre ridículo que acompañaba a mi madre. ¡Cielo santo!

»El resto de la noche lo pasamos solas las dos y sin separarnos: ella en su lecho; yo a la cabecera, sentada en un sillón; ella durmiendo a ratos, entre pesadillas y delirios, y yo contando las lentas horas, minuto a minuto, a la luz mortecina y verdosa del opaco fanal de la lamparilla, y viendo con los ojos de la triste imaginación desfilar en largas y silenciosas procesiones los fantasmas de todas las locuras y liviandades de mi vida pasada, y los de las crueles amarguras que el cielo me tenía reservadas por castigo.

Parecía una entrada de fantasmas, que me recordó ¡oh sacrilegio! la de los espectros evocados por Beltrán en la ópera Roberto. Cada diez o doce educandas venía otra monja, que se situaba al cabo del banco. Cuando la capilla estuvo llena salió el cura, revestido de sus ornamentos, y comenzó la misa. La comunidad y las educandas se sentaron.

Creyó oír la voz de Teodoro Golfín, la de Florentina y la de su padre. Después se durmió tranquilamente, siguiendo durante su sueño atormentado por las imágenes de todo lo que había visto y por los fantasmas de lo que él mismo se imaginaba.

Encantamientos, apariciones de fantasmas, metamorfosis, diversos amores que se cruzan, disfraces, asesinatos y suplicios, no faltan en ellas.

Y como los muertos que han de resuscitar al son de la trompeta fatídica, mil fantasmas sangrientos, sombras desesperadas de hombres asesinados, mujeres deshonradas, padres arrancados á sus familias, vicios estimulados y fomentados, virtudes escarnecidas, se levantaban ahora al eco de la misteriosa pregunta.

Si los fantasmas quieren que crea en ellos, que se dejen de deslizarse furtivamente en los sitios obscuros y solitarios; que vengan a donde hay gente y luz.

El primer origen de estas imágenes viene de los sentidos, porque viene de los fantasmas, ó representaciones simples que la fantasía forma de las cosas; pero, como he dicho, de las simples, que son legítimas, fabríca otras, que solo representan en alguna semejanza los actos mentales; y conviene no dexarse llevar de las imágenes así formadas, porque, ni son exâctas, ni á propósito para que por ellas se asegure el juicio de la realidad de las cosas.