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Currita no protestó contra aquel reproche tremendo; no se avergonzó ni se indignó tampoco. Asióse, por el contrario, para llegar a su objeto, a la punta de aquella maza que la aplastaba, y dijo lastimeramente: ¡Ay, , , padre, es verdad!... ¡Si usted supiera lo que pasa en mi casa! ¡Si usted conociera la situación en que me encuentro!

Se le figuró ver que caía la Regenta y se aplastaba, que caía el Magistral y se aplastaba, que caía don Víctor y se convertía en tortilla, que el mismo don Álvaro rodaba por el suelo hecho añicos. No importaba. Había llegado el momento. Si perdía la ocasión, la vacante de Teresina, podía entrar otra y adiós señorío futuro. No había más remedio que ocupar la plaza inmediatamente.

Mientras yo dormía, bajo el efecto de la morfina, le había hecho, como último recurso de salvación, una inyección de almizcle para reanimar una vez más sus fuerzas: aquello era lo que la sostenía en ese momento. Pero el olor de almizcle mezclado con los vapores de fenol que llenaba la habitación como un cuerpo ponderable y palpable, me pesaba sobre la nuca y me aplastaba las sienes.

Frígilis, si veía a su querida Ana detrás de los cristales, la saludaba con una sonrisa y volvía a inclinarse sobre la tierra; aplastaba un caracol, cortaba un vástago importuno, afirmaba un rodrigón y seguía adelante, arrastrando los zapatos blancos sobre la arena húmeda de los senderos.... Y Ana veía desaparecer entre las ramas aquel sombrero redondo, flexible, siempre gris, aquel tapabocas de cuadros de pana eternamente colgado al cuello, aquella cazadora parda y aquellos pantalones ni anchos ni estrechos, ni nuevos ni viejos, de ramitos borrosos de lana verde y roja alternando sobre fondo negro.

Al llegar al merendero, vagó por los alrededores con una insistencia que puso en guardia a los dueños, alarmados por el aspecto mísero de Maltrana. Cerca del Canalillo le faltaron las fuerzas. El recuerdo le aplastaba; también él iba a morir. Necesitaba olvidar: la vista de estos sitios le hacía gran daño. El invierno deshojaba los árboles; la tierra estaba yerma.

Salían en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las jóvenes erguidas en su estrecho corsé, que les aplastaba los pechos y borraba las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo, sobre el pañuelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes crucifijos.

Muchas veces me había yo preguntado qué sucedería si, para desembarazarme de la carga demasiado pesada que me aplastaba, sencillamente y como si mi amiga Magdalena pudiera oír con indulgencia la declaración de un sentimiento que se refería a la condesa De Nièvres, le dijera que la amaba. Me representaba la escena de esta tan grave explicación.

¿Es posible que no haya usted visto la iglesia, ni el cuadro de Nuestra Señora de las Lágrimas, ni el San Cristóbal, tan hermoso y tan grande, con la gran palmera y el Niño Dios en los hombros, y una ciudad a sus pies, que si diera un paso, la aplastaba como un hongo? ¿Ni el cuadro en que está Santa Ana enseñando a leer a la Virgen? ¿Nada de eso ha visto usted?

El peso de la mole le aplastaba, la luz resultaba fuego; pero ¡qué martirios, qué torturas, qué muerte tan adorables! Porque él se daba por muerto, como dos y tres eran cinco.

El asesinato era un hecho cierto, evidente, indiscutible. , dijo Jacobo, pero no le había cometido yo. En la cárcel, durante la prisión preventiva, me cogía la cabeza con los manos y me volvía loco, porque, como dices, la evidencia me aplastaba. Y, sin embargo, yo sabía bien que era inocente.