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Y así luego todos de muy buena voluntad decían las que habían tomado, contando por orden los hijos y criados y defuntos. Hecho su inventario, pidió a los alcaldes que por caridad, porque él tenía que hacer en otra parte, mandasen al escribano le diese autoridad del inventario y memoria de las que allí quedaban, que, según decía el escribano, eran más de dos mil.

Simoun, desde la mañana, no había salido de su casa, ocupado en poner en orden sus armas y sus alhajas. Su fabulosa riqueza estaba ya encerrada en la gran maleta de acero con funda de lona. Quedaban pocos estuches que contenían brazaletes, alfileres, sin duda regalos que esperaba hacer.

Verlo esto los timoratos y echarse á correr propalando que la revolucion había comenzado, fué cosa de un segundo. Cerráronse atropelladamente las pocas tiendas que quedaban abiertas, chinos hubo que se dejaron fuera piezas de tela, y no pocas mujeres perdieron sus chinelas al correr por las calles.

El vaso de agua, obrando maravillosamente sobre la mucosa y todo el aparato digestivo del buen funcionario, producía efectos maravillosos. Activadas sus funciones vitales, recobraba su alegría y verbosidad ampulosa: los instintos galantes no se quedaban atrás en aquella resurrección matutina.

Y allí se quedaban con las piernas dobladas y el cuerpo encogido en esa posición en que se encuentran las momias incásicas en sus urnas de barro, pintarrajeadas.

Los reyes moros de Sevilla se llevarian á la nueva corte algunas hermosas columnas y otros objetos útiles para sus construcciones; pero muchos materiales preciosos quedaban todavía en aquello que solo parecia un castillo arruinado en los dias de la reconquista.

Allá abajo, en algunos sitios, las piedras escalonadas formaban como las graderías de un anfiteatro. En los bancos de este coliseo natural quedaban, al retirarse la marea, charcos claros, redondos, pupilas resplandecientes que reflejaban el cielo.

En suma: Inesita estuvo en la tertulia como pudiera haber estado una princesa real, para quien todas aquellas magnificencias eran elemento propio, o más bien, quedaban por debajo del elemento que ella respiraba y en que su alma vivía.

Y para resguardo nuestro y de nuestro armador, se dispuso que los tres que quedaban, hiciesen una contrata, cuya copia es la siguiente: "En el rio de San Julian, lunes, Marzo 12 de 1753.

¡Hurra! ¡Muerte a los ingleses! gritaron los diez y nueve piratas que quedaban en estado de combatir, ennegrecidos por la pólvora y por el humo, y desnudos hasta la cintura para maniobrar con más facilidad. Y una especie de alegría feroz y delirante los exaltó.