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Me senté un instante sobre la yerba, y me vi halagado por una expansion y un bienestar que no experimentaba desde nuestra llegada á Paris. Me parecia que en aquel momento recobraba la libertad, y sentia por la luz esa especie de religiosa gratitud que siente el cautivo. Miraba hácia bajo, y veia musgo verde; miraba en torno mio, y veia árboles; miraba á lo alto, y veia cielo.

Una vez que descubría el ansiado secreto, aunque fuese la cosa más baladí, recobraba la calma y serenidad, volvía a su ser dulce, pacífico, inofensivo. Algunos sujetos maleantes, como don Martín, el P. Narciso, D. Joaquín y otros, solían embromarla fingiendo algún misterio entre ellos, la atormentaban, le hacían perder el juicio de pura curiosidad.

Estaba pálido, su fisonomía ligeramente alterada por el cansancio o rejuvenecida por los resplandores apasionados de otra época, recobraba poco a poco su edad, su expresión peculiar y su aspecto de gran serenidad. El día avanzaba a medida que la paz de los recuerdos se establecía también en su rostro.

Consiento en lo que pides. »En aquel momento sentí que recobraba mis fuerzas, y agregué: »Cuatro horas es muy poco, Yago; concédeme cuatro más, y renuncio también a la gloria literaria, a mis obras, a lo que me hizo alcanzar un puesto tan elevado en la estimación del mundo. »¡Cuatro horas por eso! murmuró el negro desdeñosamente. Es mucho; pero no importa, no debo negarte la última gracia.

Jamás había hecho tanta sensación ella, la viudita, con el vestido más escandaloso, como Ana con su hábito y su beatería. «¡Qué atrasado, pero qué atrasado estaba aquel miserable lugarón!». Entretanto Ana recobraba el apetito, la salud volvía a borbotones. Tenía sueños castos, tales se le antojaban, sin sujeto humano, como decía Ripamilán, pero dulces, suaves.

Angustiado, trémulo, me dirigía yo a Dios, pidiéndole ayuda, ¡pidiéndole un milagro!... El corazón, rendido de cansancio, quedaba insensible; la inteligencia entorpecida no acertaba a fijarse en nada... hasta que recobraba fuerzas el corazón. Entonces me ocurría que todo aquello era una pesadilla espantosa, de la cual despertaría consolado y feliz.

Mientras tales memorables escenas se efectuaban en el bosque, Jaime Moro, desdeñando los placeres campestres, había logrado catequizar a Fray Diego y a D. Juan Estrada-Rosa para echar un tresillito. Se aburría en la iglesia, se aburría en el bosque, en la ciudad y en la campiña. Tan sólo recobraba la serenidad de espíritu y renacía en él la calma y la alegría cuando tomaba las cartas en la mano.

Quiso afirmar su humildad avanzando hacia él los labios con un beso tímido, de sierva agradecida. ¡Ah, no!... ¡no! Ulises, para huir de esta caricia, se puso de pie con violencia. Sintió otra vez odio contra la mujer que recobraba poco á poco sus sentidos. Al cesar el chorreo de la sangre se había extinguido su compasión. Ella, adivinando sus pensamientos, sintió la necesidad de hablar.

Se humillaba Ana a los designios de Dios, pero no por esto desaparecía el disgusto de misma, ni el valor para seguir la lucha se recobraba.... Contribuían estos desfallecimientos nocturnos a contener los progresos de la piedad, que el Magistral procuraba despertar con gran prudencia, temeroso de perder en un día todo el terreno adelantado, si daba un mal paso.

Por decreto de ella, dejaba de ser simple y desdeñada segundona, y recobraba sus prerrogativas de primogénita y única heredera de los títulos y bienes de la casa, condición de gran monta para ella, desde que sabía, por propia observación, lo que vale y lo que cuesta la vida doméstica y social de las mujeres de su alcurnia.