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No hay que advertir que pase en el período De un sol, aunque es consejo de Aristóteles, Porque ya le perdimos el respeto Cuando mezclamos la sentencia trágica Con la humildad de la bajeza cómica.

Pensóse entonces en traer el santo Viático al enfermo, y este acogió la noticia entornando los ojos con humildad profunda, diciendo siempre: ¡A !... ¡A !...

-Poeta, bien podrá ser -respondió don Lorenzo-, pero grande, ni por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la poesía y a leer los buenos poetas, pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice. -No me parece mal esa humildad -respondió don Quijote-, porque no hay poeta que no sea arrogante y piense de que es el mayor poeta del mundo.

¿Es humildad, o es que le sabe mejor así? preguntó sonriendo el P. Gil. Obdulia soltó la carcajada. Es usted mi confesor y no puedo decirle mentira. Me gusta así mucho más... Es de las pocas cosas sucias que me gustan. Eso último tampoco es humildad dijo el confesor sin dejar de sonreír.

Si mi devoción tiene este fundamento, hay en ella dos grandes faltas: la primera, que no está cimentada en un puro amor de Dios, lleno de humildad y de caridad, sino en el orgullo; y la segunda, que esa devoción no es firme y valedera, sino que está en el aire, porque ¿quién asegura que no pueda el alma olvidarse del amor a su Creador, cuando no le ama de un modo infinito, sino porque no hay criatura a quien juzgue digna de que el amor en ella se emplee?

¡Pero si ha sido una broma, niña!... Perdóname, soy muy bruto. Pégame: dame una bofetada, que bien lo merezco. María de la Luz, con el rostro ligeramente arrebolado por el restregón de sus manos, sonreía vencida por la humildad con que el novio imploraba su perdón. Te perdono, pero márchate en seguía. ¡Mira que van a salir!... , ¡te perdono! ¡te perdono! No seas pelma. ¡Vete!

Por dicha, Clara carecía de aquel orgullo, de aquel imperio de su madre, y el lado obscuro y tenebroso de su espíritu estaba suavemente iluminado por un rayo celeste de humildad, resignación y mansedumbre. Clara era mil veces más amante que su madre, y se abandonaba á la dulzura de amar, si bien con recelo siempre de pecar amando.

Doña Lupe no había simpatizado nunca con Nicolás; primero, porque las sotanas en general no la hacían feliz; segundo, porque aquel sobrino suyo no se dejaba querer. No tenía las seducciones personales de Juan Pablo, ni la humildad del pequeño. Su fisonomía no era agradable, distinguiéndose por lo peluda, como antes se indicó.

De común acuerdo, el matrimonio y el fraile determinaron pedir al obispo, con humildad, pero con energía, que obligase al seminarista a cumplir la ley de Dios y la ley de los hombres. Hasta la hora de comer, Belarmino y Xuantipa no supieron nada de la fuga. Xuantipa, que se había convertido en una beata rabiosa, venía de pasar tres horas en la iglesia de San Tirso.

Yo me conformo con que me ames mucho. Me parece que esto no tiene nada que ver con las conveniencias sociales, con la humildad de tu casa, ni con tu amargura. Si me quisieses igual que yo a , no exigirías más. ¿Crees que me van a meter monja o a casar por fuerza con algún príncipe de cuento de hadas? ¿Soy yo tonta? ¡Ya verás, ya verás, cuando te conozca mi padre como te conozco yo!