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Se acostumbró a esta idea y miraba a sus amigos y parientes como a los figurines de las sastrerías: en efecto, los veía tan enclenques de espíritu que se le antojaban de papel marquilla. Los pollos de la aristocracia acabaron por confesar que Ana era una excepción; o calculaba más que sus mismas tías, o era una virtud efectiva.

Les había hecho sufrir varios cambios, aunque siempre sobre la base del amarillo, cubriéndolos con damasco, primero, con seda brochada después, y últimamente con raso basteado, capitoné que ella decía, en almohadillas muy abultadas y menudas, que a don Saturnino se le antojaban impúdicas.

Yo, con todas las perífrases cultas que me inspiró la cortesía, les á entender que los pareceres de ellos se me antojaban igualmente disparatados y que era menester buscar un término medio. ¿Y quién le busca? dijeron ambos. Todos contesté yo pero nadie le ha encontrado todavía.

Y la devota señora, cuando Rafael por fiestas o vacaciones volvía a casa, cada vez más alto, con modales que a ella se le antojaban la quinta esencia de la distinción y vistiendo con arreglo al último figurín, se decía con una satisfacción de madre fea: Será un real mozo. Todas las chicas ricas de la ciudad le desearán. No habrá más que escoger.

Jamás había visto una llanura igual, campo de tristeza, de ilimitada extensión; los árboles de derecha é izquierda se le antojaban fantasmas negros que estaban allí con los brazos abiertos; brazos enormes con manos horribles de largos y retorcidos dedos. Anduvo mucho, hasta que al fin vió delante de una cosa blanca, una como figura de hombre, de un hombre muy alto, y sobre todo muy blanco.

Después de llorar mucho la muerte de su esposa, don Carlos volvió a pensar en asuntos que a él se le antojaban serios, como v. gr., propagar el libre examen dentro de círculo determinado de españoles; procurar el triunfo del sistema representativo en toda su integridad. Tanto valía entonces esto como dedicarse a bandolero sin protección, por lo que toca a la necesidad de vivir a salto de mata.

Según trascurrían los minutos, que a ella se le antojaban inacabables, como él no parecía, a la muchacha se le iba desacerbando el alma: sus ojos cobraban animación y vida. No cesaba de mirar al reloj: cuanto menos tiempo quedara para que Pepe acudiese al cuartel, más probabilidades había de que no viniera o no estuviese allí... con aquella mujer.

El general experimentaba impulsos de ternura, nunca sentidos, escuchando referir o presenciando y oyendo rasgos y respuestas del chico, que no pasaban de meras insolencias infantiles y que a él se le antojaban claros indicios de ideas sanas, principios severos y voluntad enérgica. Pepito era indudablemente a sus ojos un caso notabilísimo de atavismo. Los procedimientos de fuerza le encantaban.

En el estanco no se comía más que sopa, cocido, ensalada, y de postre fruta, cuando por barata hasta los soldados podían comprarla. La tacañería de Quintín suprimió los buñuelos de Todos los Santos, el besugo de Nochebuena y los panecillos de San Antón; en cambio para su daifa, pavo y perniles se le antojaban poco.

Bien mezquina, bien miserable. ¿No valdrá más la conquista del espíritu de esa señora que el asalto de una mitra, del capelo, de la misma tiara...?». El Magistral se sorprendió dibujando la tiara en el margen del papel. Suspiró, arrojó aquella pluma, como si tuviera la culpa de tales pensamientos, que ya se le antojaban vanos, y sacudiendo la cabeza se puso a escribir.