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Aquella vida digna, sencilla y leal, sin miedo y sin tacha, como la espada paterna colgada en la pared y que era su rígido símbolo, debía envolver al huérfano en su irradiación e infundir en su sangre los gérmenes de viriles virtudes, más poderosos que el atavismo...

Yo tengo la preocupación de creer que no hay español que no tenga en las venas sangre de fraile... Siempre que se me ocurre una idea mala, digo: esto, esto es atavismo, reminiscencia del padre Tal o Cual, que debió de tener algo con alguna de mis abuelas... El Madrid de hoy es insoportable.

Aunque confusa y enmarañadamente, los seis presumían de buenos cristianos, y todos eran tataranietos de tres elegantes y lindos escuderos de Castilla, que habían acompañado a Ruy González de Clavijo cuando visitó a Tamerlán como Embajador de Enrique III. Tres señoronas de la corte de Samarcanda, tan encopetadas como antojadizas, se habían prendado de los escuderos susodichos, se habían casado con ellos, reteniéndolos en el centro del Asia, y de tales enlaces procedían los Pérez, los Fernández y los Jiménez, de cuyo patriótico atavismo aquí damos cuenta.

Y también la recíproca: el ascendiente de las concepciones salvajes en el espíritu de los civilizados los pone salvajes. Todas las retrogradaciones accidentales o permanentes de la civilización han salido precisamente de la recíproca, porque el hombre tira por atavismo a las supersticiones bárbaras y se hace bárbaro, como la cabra tira al monte y se vuelve montaraz.

No hay que hacerse ilusiones: esas almas caballerescas constituyen en nuestra época raros casos de atavismo. Sólo veo en torno mío hombres dominados por bajas pasiones, indiferentes a todo lo que no sea dar satisfacción a su egoísmo e incapaces de sentir y comprender el amor en toda su grandeza.

A pesar del abatimiento en que hemos caído, y a pesar de la admiración y de la semi-adoración que unida al propio menosprecio quieren algunos hacernos sentir, no ya sólo por las novelas inglesas y francesas, sino también por las suecas y las rusas, el prurito de imitarlas, o bien no se da, o si se da produce el no esperado efecto de que imitemos, tal vez sin pretenderlo y hasta sin sospecharlo, impulsados por invencible atavismo, la antigua novela española.

Tiene cara de ser orgullosa, decían. No era orgullo, sino indiferencia. Aquella hija de soldado, tan duramente herida por la suerte y que se sometía sin quejarse a las más rudas tareas, conservaba alto el corazón y alta la frente, por simple atavismo.

Ciertamente, María Teresa no manifestaba claramente esta especie de menosprecio; pero su atavismo y su educación aristocrática, ahondaban el pozo que separaba a ella de Juan. A medida que transcurrían los años, la fuerza de las cosas tendía a separarlos.

Hay que tener en cuenta que en aquella gran República no suelen ser los politicians las gentes más estimadas, mejor educadas y más sensatas: que por allí no se guardan en las discusiones públicas el mismo decoro y la misma cortesía que en los Parlamentos europeos, y que en el estilo y hasta en los modales se advierte cierta selvática rudeza, por influjo acaso del medio ambiente, por cierto atavismo, no transmitido por generación como el pecado original, sino por el aire que en aquellos círculos políticos se respira.

El dón mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados. Renace en él el alma caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas de Generaldo Gambresio.