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Por supuesto que, si tenía el atrevimiento de venir a hablarle, le daría un desaire de los gordos, le volvería la espalda. Y confesaría otra vez con D. Narciso. Y diría a sus amigas en qué situación le había visto con una señora desconocida y elegante. Porque no cabía duda de que vestía con elegancia, bien lo había reparado. Aquel abrigo largo no estaba hecho en Peñascosa. ¿Quién sería?

Y usted, D. Narciso, tampoco ha venido ni ayer ni anteayer. ¿Qué ha sido de usted? ¿Reza también por las noches? dijo D.ª Marciala, que hacía calceta cerca de la mesa de tresillo; de vez en cuando alzaba las manos hacia el quinqué de los jugadores, para tomar un punto que se le había escapado. No, señora; yo no soy gran rezador. No tengo la virtud de la oración.

Era natural, pues, que aquella noche mi tía se dirigiera a lo de Bringas. ¡Viva la patria! exclamó don Narciso al vernos entrar. ¡Viva! repitió mi tía; supongo que usted me anuncia el triunfo, don Narciso.

Pero el joven marqués no entendía lo que aquello significaba, se aburría, y más de una vez se le escapó para preguntar a Narciso Luna si no pensaba ir este año a Álava a cazar codornices y si éstas eran tan gordas como las de Castilla, o bien se acercaba a Clara para decirle que dentro de algunos días esperaba de Londres la carabina que tenía encargada y que era una maravilla, al decir del amigo que allí se la había comprado.

El joven leyó su lista en medio del silencio dignísimo de la concurrencia; dos o tres la aprobaron después de leída, pero los demás, suspensos de la fisonomía del doctor Trevexo, que demostraba visible descontento, no articularon una sola palabra de aprobación. ¿Qué le parece a usted de esa lista, señor don Ramón? dijo don Narciso acercándose al oído de mi tío.

De las fiestas que desde el 19 al 23 de noviembre de 1679 se celebraron en Burgos, con ocasión de la primera entrevista de Carlos II y de su esposa María Luisa de Borbón, después de dar cuenta detallada la Gaceta del 28 de noviembre, dice: «Festejó el Rey á la Reyna luego con la primera jornada de Eco y Narciso, continuando en las dos restantes noches lo que faltaba de ella con una Loa discreta y Cortesana para tan digno asunto

De sobremesa, si no jugaban al tute, el buen señor le contaba a su querida aventuras y pasos estupendos de su dramática vida militar. Había estado en Cuba en tiempo de la expedición de Narciso López, y trabajó mucho en la persecución y captura del famoso insurgente.

Son distintas fuentes donde se mira y se refleja un solo Narciso.

Puede que me llegue un ratito a casa de Paca Morejón. «Yo la acompañaré a usted... Tengo que ir a ver a Narciso para que me preste unos apuntes. La dejaré a usted en la calle de la Habana». Doña Lupe fue a la cocina y le armó una gran chillería a Papitos porque había dejado quemar el principio. Pero la chica estaba muy acostumbrada a todo, y se quedaba tan fresca.

Narciso en lindeza, Aquiles en valentía, en música un Orfeo. Y qué recato para penar, qué constancia en el querer. A mi fe, señora, que si él no consigue hablaros una vez tan sólo, una de estas noches, mataréis con vuestro rigor al galán más gentil que jamás vieron los ojos. Eso no podría ser sin daño para mi honra repuso brusca y nerviosa Beatriz.