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Señores dijo el doctor Trevexo, ya estamos en quorum y es menester que comencemos. ¿Quiere usted presidir, señor don Ramón? Mi tío, que permanecía de espectador pasivo, salió de su letargo, y, algo cortado, puso una cara de signo interrogante que descubría toda su indecisión para desempeñar el alto y difícil cargo que se le proponía.

Vivía solo y aislado, y lo peor de todo era, que probablemente, por no haber seguido el consejo del doctor Trevexo, de estudiar en los diarios, me encontraba sin recurso alguno para aspirar a las altas posiciones políticas con que allá en el año 62 me pronosticaba él un porvenir brillante.

Don Benjamín es orador muy elocuente, pero no tiene una cabeza política ni previsora: tiene demasiados libros para ser buen gobernante y jamás ha escrito en un diario. ¡Pero no se me hizo caso, señor, y ya verán ustedes los resultados! ¡Cuánto me alegro, doctor Trevexo, de que Ramón oiga lo que usted dice! ¡Cuánta razón tiene usted!

¡Pobre doctor Trevexo! ¡Cómo aquel hombre que había sido el primero veinte años antes, era hoy el último! ¡Cómo se había detenido en su apogeo sin marchar! Me hacía el efecto de una de esas fotografías antiguas de un álbum de familia, ante las que uno tiene que reír involuntariamente.

Tratamos, señores, de formar una lista de diputados. Nada más prudente que confiar su elaboración a las corrientes encontradas del pueblo continuaba el doctor Trevexo sin escupir. «El Estado soy yodecía Luis XIV. La forma democrática se inspira en el derecho natural.

Todo el partido la acatará; nuestra divisa es Obediencia: cúmplase nuestra divisa. Yo me he permitido formar un proyecto de lista que someto a la consideración de ustedes dijo uno de los presentes, joven de hermoso aspecto, de simpática figura, que hasta entonces había guardado silencio. A ver, lea usted dijo el doctor Trevexo.

Por el doctor Trevexo, por el primer diplomático argentino. El doctor Trevexo era en este momento objeto de toda mi admiración. ¡Con qué modestia aquel grande hombre, aquel espíritu lógico y concienzudo, que acababa de exponer tanta doctrina luminosa, recibía las aclamaciones unánimes de la distinguida sociedad que sabía aquilatar su talento superior!

Es cierto, señor don Pancho, que usted estaba allí contestó el doctor Trevexo. ¡Cómo no! Yo capitaneaba el grupo principal. ¿El de los tenderos patriotas, no?

Eso, , ¿y qué tiene de malo? ¿Por qué te enojas? Porque todo eso es mentira, niño; es puro papel pintado, como todo lo que manda hacer el doctor Trevexo. Pues estás equivocado; ese letrero no lo ha puesto el doctor Trevexo, sino mi tía Medea: ella lo escribió el otro día y yo le decir que era para que se pusiera en uno de los arcos de la plaza. ¡Ah, tigra!

He aquí, señores, he aquí, mis amigos, lo que les decía a ustedes hace un instante sobre la juventud del día! respondía el doctor Trevexo. ¡Qué falta de resignación política, qué carencia de sumisión y de respeto demuestran a los designios superiores de la experiencia! ¡Un partido! Un partido es una colectividad cuya primer condición de vida es la obediencia.