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Mira, niño me decía mi tía Medea sin dejarme respirar, aquél es don Buenaventura; aprende, mira qué traje tan sencillo lleva. Ese que habla con el ministro español, es el doctor Trevexo: aquel que sale, es el coronel Valdelirio.

A pesar de esto, seguíamos la cuchipanda con el inglés; pero cuando vimos que la Medea y la Clara, no pudiendo resistir la chamusquina, arriaban bandera, forzamos de vela y nos retiramos defendiéndonos como podíamos.

En ésta figuran, al lado de personajes vulgares, un encantador, un duende, el dios Febo, Cupido, Orfeo, Medea y un demonio. Obsérvase en las otras dos composiciones de Alonso de la Vega cierta afición á lo fantástico y romántico, mucho más pronunciada y fuerte que en Lope de Rueda, censurable en La Serafina, y no del todo vituperable en La duquesa de la Rosa.

Eso, , ¿y qué tiene de malo? ¿Por qué te enojas? Porque todo eso es mentira, niño; es puro papel pintado, como todo lo que manda hacer el doctor Trevexo. Pues estás equivocado; ese letrero no lo ha puesto el doctor Trevexo, sino mi tía Medea: ella lo escribió el otro día y yo le decir que era para que se pusiera en uno de los arcos de la plaza. ¡Ah, tigra!

No era ya su mirada la de la ninfa Calipso, orgullosa, placentera, rebosando vanidad satisfecha y gratas satisfacciones; era la mirada celosa, furibunda y salvaje, de la Medea que describe Séneca, terrible e imponente en medio de su sombría calma.

Escribía torpemente y con una ortografía de la más espontánea barbarie. ¡Oh, mis planas! ¡Cuánto me costaba hacerlas y qué mal me salían! Mi tía Medea no se había preocupado de hacerme enseñar nada. ¿Para qué necesitaba aprender? El doctor Trevexo ya se lo había dicho: «para ocupar altas posiciones en este país, no se necesita aprender nada.» Y tenía razón.

Aquellas señoras se levantaron al fin, y mi tía con ellas, diciendo a la sirvienta que me cuidaba, que me tuviera listo para el día siguiente en que ella vendría a buscarme temprano. En efecto, al día siguiente del entierro de mi padre volvió mi tía Medea a buscarme.

Tus octosílabos rumorosos agitaron más de una noche el pecho de la virgen y no fue sólo el teatro tu dominio! Fue también la familia, el hogar; porque todo lo invadiste, desde el salón de mi tía Medea hasta la academia de negros y mulatos en que era halcón mi pardo Alejandro.

Algunas, aunque escasas tentativas, se hicieron, á la verdad, para escribir dramas á la manera de los antiguos; acaso sean los únicos ejemplos El Pompeyo, de Cristóbal de Mesa, y la imitación del Hypolito de Eurípides, de Esteban Manuel de Villegas; las traducciones de antiguas tragedias y comedias, como La Medea de Eurípides, y las comedias de Terencio de Pedro Simón Abril, han de calificarse más bien de trabajos filológicos, que como ensayos para imprimir una dirección determinada al gusto de la nación.

Me dio miedo y entré en mi cuarto. Mi tía Medea conversaba en las habitaciones inmediatas con cuatro o cinco señoras viejas y de edades incalculables.