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Mi abuela, mi madre y mi tía se reunieron con la cerora, y las cuatro anduvieron de un lado a otro, disponiendo una porción de cosas. La Iñure quería que me sentara en uno de los bancos próximos al túmulo, donde tenían que colocarse los parientes a presidir el duelo; pero a me daba miedo estar allí solo.

La minúscula hoja repetía en todos los viajes los mismos chistes y versos dedicados al paso de la línea. El mayordomo, de pie en la entrada del comedor, puesto de frac con botones dorados, parecía presidir el banquete, sonriendo modestamente, como si agradeciese las mudas felicitaciones del público por el buen arreglo de la fiesta.

Virey, no sea separado absolutamente, sino que se le nombren acompañados, con quienes haya de gobernar hasta la congregacion de los Diputados del vireinato: lo cual sea, y se entienda, por una Junta compuesta de aquellos, que deberá presidir, en clase de Vocal, dicho Señor Exmo., mediante á que para esto se halla con facultades el Exmo.

Estos seis vocales, legalmente, no han de importar ni valer más unos que otros, aunque cada cual tenga su especial cuidado y oficio. Para presidir la Junta, no quiero decir de repente lo que pienso yo, á fin de que no den un brinco de espanto los que me lean.

Pasó implacable, como el tormento; pomposo y sombrío, como el tremendo holocausto que iba a presidir; rojo, como la hoguera. La luz matinal hacía resplandecer con viveza el sillón de plata repujada y todo el oro y el alfójar de la gualdrapa color de amatista que caía hasta los cascos del palafrén. Nadie osó romper con un vítor el respetuoso silencio.

Su devoción consistía en presidir muchas cofradías, pedir limosna con gran descaro a la puerta de las iglesias, azotando la bandeja con una moneda de cinco duros, regalar platos de dulce a los canónigos, convidarles a comer, mandar capones al Obispo y fruta a las monjas para que hicieran conservas.

Señores dijo el doctor Trevexo, ya estamos en quorum y es menester que comencemos. ¿Quiere usted presidir, señor don Ramón? Mi tío, que permanecía de espectador pasivo, salió de su letargo, y, algo cortado, puso una cara de signo interrogante que descubría toda su indecisión para desempeñar el alto y difícil cargo que se le proponía.

Habíase puesto el cura su más hermosa casulla y su ancha faz rubicunda estaba radiante por la ternura combinada de la ceremonia que estaba celebrando y del banquete que habría de presidir en el castillo. Los sochantres, con sus caras coloradotas, salmodiaban a voz en cuello, sin temor de que se les secara la garganta, pues sabían que habrían de refrescársela después copiosamente.

El ídolo político de mi tía, hombre formal, estudioso, lleno de buena fe, como el profeta de Münster, tenía una especie de virtud inconsciente e involuntaria para revolver las cabezas femeninas, y a pesar de toda su gravedad, de todo su juicio, contábase como cierto por los adversarios, que más de una vez, la crema de la high-life del tiempo, las señoras más encopetadas de Buenos Aires, le habían hecho manifestaciones públicas de simpatía en las ventanas de su casa, poniéndolo, en una edad que no era la de Apolo, en el caso de presidir la asamblea de las mujeres, perorar ante ellas y echarles las más metafóricas, las más eufónicas, las más pintadas frases de su cosecha oratoria.

Renán, no sólo debe presidir, lo que es ya un atractivo inmenso, sino que pronunciará el discurso sobre el premio Monthyon, destinado a recompensar la virtud.