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Actualizado: 30 de abril de 2025


Acostumbre usted al niño a que lea los diarios y a que guarde recortes de los artículos que le interesen. A los veinte años sabrá más que toda su generación. Pero ya ve usted, doctor Trevexo, que el general no debe ser de su opinión; pocos hombres tienen más libros y papeles que él; un día que tuve el alto honor de verlo en su casa, salí pasmado de la copiosidad de su biblioteca.

El doctor Trevexo se sentó en el sofá, al lado de dos caballeros, uno muy flaco y el otro sumamente grueso. El flaco era un hombre alto, con una cabeza diminuta.

Mi tía le tiraba de la levita y le decía en voz baja pero resuelta: No, Ramón, guárdate bien de meterte en lo que no sabes. Mi tío tragaba saliva y guardaba silencio como un hombre que no sabe qué partido tomar. Por último rompió... Doctor, si yo no tengo el hábito de estas cosas... No me es posible... Presida usted, entonces, doctor Trevexo dijo el señor gordo.

Ciertísimo... si conozco mucho al viejo, cuando yo estaba de practicante en lo del doctor Trevexo, iba todos los días al estudio. ¿Y a ella la conoces? ¡Bah, bah, de la escuela... era la piel del diablo cuando chica... un potro!... Don Benito, mudo, pero dejando vagar una leve sonrisa por los labios, seguía tocándome el brazo a cada palabra de los indiscretos. ¿Pero será posible que se casen?...

¿Quién era yo en el mundo? ¿Qué necesidad tenía de aprender nada? ¿Acaso no tenía razón el doctor Trevexo cuando fulminaba a toda una generación con su anatema contra los sabios? Nadie me amaba a excepción de Alejandro que era el único que había sentido mi partida de Buenos Aires.

El doctor Trevexo volvió a guardar los papeles en la levita y se levantó. Señora dijo a mi tía, pocas veces nos ha costado más trabajo que en esta ocasión formar una lista. Pero estoy contento. El jefe la proclamará mañana, y el partido la recibirá de sus manos consagrada como una bandera de lucha. ¿Confía usted en la victoria?

Mira, niño me decía mi tía Medea sin dejarme respirar, aquél es don Buenaventura; aprende, mira qué traje tan sencillo lleva. Ese que habla con el ministro español, es el doctor Trevexo: aquel que sale, es el coronel Valdelirio.

A cada momento entraban sirvientes trayendo recados para ella: el doctor Trevexo la había mandado felicitar; los ministros habían hecho otro tanto; el señor Amador y el señor Palenque habían venido a hacerlo en persona. Mi tía rebosaba de orgullo y de entusiasmo.

¿No le parece a usted, señor don Juan? agregó dirigiéndose al caballero flaco y ñato que había entrado con él. Este hizo una solemne inclinación de cabeza que significaba un signo de aprobación, y volvió a levantar su cara chata a tanta altura, que pude verle las cavernas de la nariz en toda su siniestra lobreguez. Bien, que presida el doctor Trevexo, agregaron varios concurrentes.

El joven leyó su lista en medio del silencio dignísimo de la concurrencia; dos o tres la aprobaron después de leída, pero los demás, suspensos de la fisonomía del doctor Trevexo, que demostraba visible descontento, no articularon una sola palabra de aprobación. ¿Qué le parece a usted de esa lista, señor don Ramón? dijo don Narciso acercándose al oído de mi tío.

Palabra del Dia

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