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Ciertísimo... si conozco mucho al viejo, cuando yo estaba de practicante en lo del doctor Trevexo, iba todos los días al estudio. ¿Y a ella la conoces? ¡Bah, bah, de la escuela... era la piel del diablo cuando chica... un potro!... Don Benito, mudo, pero dejando vagar una leve sonrisa por los labios, seguía tocándome el brazo a cada palabra de los indiscretos. ¿Pero será posible que se casen?...

¡Se hace de rogar!... don Ricardo. ...pues... la «Pampita»... ¡Estás muy pavo! ¡...me... ha... desahuciado! ¡Eso no es cierto! no lo dirías en ese tono. Ciertísimo, Melchor. No te creo. Bueno, cuenta cómo fue dijo Lorenzo.

¡Cómo! exclamé lleno de asombro. Yo creía que Tucker era tu padre. Riéndose con sus dientes centellantemente blancos, ella me informó: Algunas veces es mi padre, otras un extraño, otras mi tío y tutor. Eso depende del estado de ánimo. Cierto, ciertísimo le contesté, convencido.

Vaya, ciertísimo. ¿Y el padre es capaz de autorizar semejante casamiento? El padre tiene las agallas de un dorado... ¡Tres millones de duros valen la pena, qué diablos! Los comentarios que hacían a nuestro lado aquellos dos mozalbetes, recorrían sin duda los palcos y la cazuela.

Cierto, ciertísimo, lector pío y discreto, que peca de inmoral y merece toda censura el autor que encomia a los ladrones y recomienda sus hurtos y los facilita; o el que protestando contra ellos y reconociendo su inmoralidad, traza, sin embargo, con buenas intenciones y poquísima prudencia, cuadros de peligrosa belleza, de tentación seductora, que ejercen sobre el lector incauto, y aun sobre el que por tal no se tiene, la atracción siniestra del abismo.

Pero también es cierto, ciertísimo agregué atemorizado que él está en el fondo de la casa, mirándonos a través de las paredes con sus ojos de ahorcado o de basilisco. Huyamos, entonces me propuso Nanela, echándose apresuradamente una mantilla de encajes sobre el cuervo de sus cabellos. Huyamos.

¿Y qué he de contar yo dijo ella entre dos chupadas , si veo que lo saben ustedes todo?... ¿Pero es cierto? preguntó Butrón azorado. ¡Ciertísimo! replicó con énfasis Currita.

Estos ingresos, visto el desamparo y la carencia absoluta de edificios públicos, prueba no se les da su verdadero destino; cierto es que á saliente de la plaza del pueblo se alzan los muros de una soberbia cárcel, pero ciertísimo es también que ya se han agotado no sabemos cuántos presupuestos, y que los muros siguen poco menos que en cimientos, que las maderas acopiadas se pudren y que los hierros y sillares desaparecen.