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Esto se comprueba con el diario de Villarino del reconocimiento del Rio Negro, en que refiere el viage que acababan de hacer á las inmediaciones de aquel rio los expresados indios. Si el ingles reconociera y se apoderára de este golfo, tendria entrada por él para Valdivia y otros pueblos del reyno del Perú, y le seria fácil establecerse sin noticia nuestra.

Como otros tres o cuatro de los que asistían a diario al club, entraba en él y alternaba con toda la alta aristocracia, sin derecho alguno. Alcántara era de familia humilde, hijo de un tapicero de la calle Mayor. En muy poco tiempo se había gastado la pequeña hacienda que le dejó su padre y después vivió del juego y a préstamo. A todo Madrid debía y hacía gala de ello.

Si en alguna parte el aforismo de Girardin sobre la impotencia de la prensa tiene aplicación, es en Norte América. Los diarios se tiran a centenares de millares y constituyen uno de los géneros de empresa industrial que reportan más beneficio. Pero es el anuncio y la información lo que les da vida y no la opinión política. ¿Qué le importa a un yanqui lo que piensa un diario?

Nos reímos en casa un poco de estos elogios y comencé a publicar mi diario en El Correo de Lúzaro y a pagar periódicamente las facturas de la imprenta. Estuve ausente de Lúzaro una semana para llevar mi segundo hijo al colegio, y al volver de mi viaje me encontré con que El Correo había pasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yo consideraba más interesante.

No más ayunos, no más sermones, no más caras foscas, ni escándalos a diario; no había quien siguiera los pasos, espiara los gestos, pescara las palabras, fiscalizara los actos.

En el fondo de la gaveta de la derecha encontró el comisario un estuche en forma de libro forrado en terciopelo negro, y cerrado con una minúscula llave: ya iba a abrirlo, cuando el Príncipe dio un paso hacia él, diciendo: Ese es un libro de memorias... el diario de su vida...

El Comercio no duerme por observar las burbujas del Pasig, La Oceanía mira de reojo á su vecino de enfrente, y el Diario profetiza, por boca de no quién, que el tifón está poco menos que soplando en los aldabones de la puerta de Santa Lucía, y piensas en viajitos por mar. Vaya, vaya, estas malo y tratas de contagiarme. Pero, en fin, ¿me acompañas ó no?

La muchacha acabó por sentirlo: abrigóse como pudo, pegada a la pared, y cerró los ojos, para contemplar mejor las cosas lindas de la plaza: tanta bandera, tanta gente endomingada, los globos, la música y los cohetes... La fatiga del trabajo diario la venció y quedó dormida, en el umbral, dando al olvido el servicio de la mesa.

D. Marcos Jiménez de la Espada en el Boletín de la Sociedad geográfica de Madrid, t. El Diario de D. Cristóbal reza el 12 de Octubre de 1492. «El Almirante salió á tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era Capitán de La Niña.

Me sentí fuerte y vigoroso para luchar contra todo, para salir vencedor de las mil contrariedades de la vida. Nada me importaba el trabajo, el más duro trabajo; por el contrario le deseaba yo, a diario, constante, sin un momento de reposo. A la verdad: no merecía yo ser objeto de tantas atenciones. ¿Quién era yo para ser tratado de tal manera?