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Mientras estas devoraban el pienso de salvado, los racionales se entretenían en hacer cálculos de probabilidades, y en aquilatar las razones en que se podía fundar la certidumbre de que saliese premiado al día siguiente el 5.005, del cual poseían un décimo.

El Barón de Castell-Bourdac es el personaje más inverosímil y complejo de cuantos he conocido. Sus excentricidades mueven a risa, sus chistes, sus exageraciones y sus embustes involuntarios nos divierten a par que rebajan el concepto que de él formamos; pero cuantos le conocen y tratan y penetran bien en el fondo de su alma, no pueden menos de quererle y de estimarle. La fantasía del Barón ha bordado su vida sencilla y honrada, desfigurándola con falsos adornos. Sobre la historia ha venido a sobreponerse la leyenda: pero aunque por la leyenda aparezca el Barón como personaje cómico, por la historia es siempre digno de respeto. No pretendamos tasar y aquilatar con exactitud lo egregio y lo rancio de su nobleza.

Ya no podía bastarle poseer a Cristeta como a una mujer cualquiera; quería saber si aún era amado de ella; aquilatar qué clase de afecto profesaba a su marido, o lo que fuese; obtener pleno conocimiento del origen del niño; en fin, salir de dudas. La frívola pertinacia del galanteador de oficio, la tenacidad irritante del mujeriego afortunado, habían cedido el puesto a móviles más serios.

Quería pensar despacio, aquilatar la trascendencia de su propósito, traer a juicio su pasado, considerar lo presente..., adivinar lo porvenir... Inútil empeño. La fantasía, estimulándose más cada instante, quedaba triunfante del raciocinio.

Señorita, y ¿con qué título puedo yo permitirme comentar sus actos ni aquilatar sus gustos? No se trata de eso. ¿Es que le parece a usted mucho dinero? Cuando yo tengo confianza con Vd., debía Vd. tenerla conmigo. El marco es hermoso y vale lo que cuesta. No es Vd. sincero. ¿Por qué, señorita? Se lo conozco a Vd. en la cara; sea usted franco, hombre, sea Vd. franco.

Bien veía o creía ver algunas veces cierta disparidad entre lo que sentía y lo que le rodeaba; pero no se paraba a aquilatar las cosas muy despacio, embebecida su inteligencia en las novedades que a su entendimiento se ofrecían. La transición de las costumbres campesinas al refinamiento mental de su presente vida, era demasiado inopinada y brusca para que dejara de parar mientes en ella.

Por el doctor Trevexo, por el primer diplomático argentino. El doctor Trevexo era en este momento objeto de toda mi admiración. ¡Con qué modestia aquel grande hombre, aquel espíritu lógico y concienzudo, que acababa de exponer tanta doctrina luminosa, recibía las aclamaciones unánimes de la distinguida sociedad que sabía aquilatar su talento superior!

En el estado de ánimo en que me encontraba, es decir, atreviéndome apenas a aquilatar sin emoción la más inocente y la más usual de las palabras del lenguaje del corazón, mis previsiones más atrevidas jamás habrían llegado por solas a sobrepasar la idea de un sentimiento mudo y desinteresado.

Estaba yo, como el lector advertirá, en esa indiscreta edad juvenil en que, para aquilatar el mundo, los hombres y las cosas, se hace uso de términos de comparación nominativos. No puedo decirle, porque no asisto al teatro ni leo literatura frívola. Continúo.

No se crea, sin embargo, que atribuyamos demasiada importancia á la multitud de sus obras, ó que tengamos en cuenta el número de sus composiciones para aquilatar su belleza poética.