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Alguno de ellos llegó á ofrecer por él dos onzas de oro; pero estaba tan lejos Pedro de enajenarlo á ningún precio, como de tirarse á la mar. Porque aunque no le escaseaba los puntapiés, tal cariño le profesaba, que primero le faltara el pan á él que á su perro. Razón poderosa tenía, pues, el Canelo para adorar á su amo y no separarse de su lado ni de día ni de noche.

Antonio sabe mucho y es capaz de hacerme ver que lo blanco es negro. Y la buena Teresa, a pesar de su encono, sentíase dominada por la admiración que profesaba a su marido, aquel modelo, «aunque le estuviera mal el decirlo». Pero ¿qué hizo usted?

De esta suerte venían los dos a corroborarse en la idea de que el Padre, quizá sin saberlo, amaba a doña Luz por estilo místico y sutil, y que doña Luz se dejaba adorar sin presumir ningún término disgustoso, sin reflexionar en toda la trascendencia que aquella adoración podría tener, y sin ver en ella más que una amistad tierna, sencilla e impecable, como la que ella profesaba al convaleciente y poético misionero.

Profesaba, , la moral cristiana; y en cuanto a los destinos del hombre, creía en una ley divina, en un fallo inexorable.

Me dijo que estaba concertada la boda de la condesita del Padul con un primo suyo, el duque de Malagón. ¿Y Villa? le pregunté, sorprendido. Joaquinita me dirigió una larga mirada burlona. Pero ¿usted se ha imaginado que Isabelita le trae al retortero para casarse con él? No lo ..., pero creía que le profesaba algún cariño. Atienda usted al cariño...

Cuando se vio en la calle sintió la necesidad de desahogar su pecho. Pensó en María Josefa, que vivía allí cerca y que profesaba a la niña expósita tierno cariño. Entró en su casa agitada, trémula, y antes de pronunciar palabra dejose caer en un sofá, dándose aire con la punta de la mantilla. ¡Uf!

Volvió en breve, e instalándose ante la copa mostró querer reanudar la conversación política, a la cual profesaba desmedida afición, prefiriendo, en su interior, que le contradijesen, pues entonces se encendía y exaltaba, encontrando inesperados argumentos.

Este ensayo se titula No hay amor donde hay agravio, drama muy semejante en su fábula á El médico de su honra, pero escrito acaso con anterioridad á la tragedia de Calderón: una doncella, que, al verse visitada por un galán impertinente en ausencia de su amante, se ve obligada, por la llegada imprevista de su padre, y por la fuerza que éste le hace, á dar su mano al visitador, y siente después renacer en su pecho el antiguo amor que profesaba á su primer amante al presentarse otra vez á sus ojos.

Pero estaba tan hermosa y su marido la encontraba tan alegre, que con el amor frenético que la profesaba no le hubiera rehusado ni la sangre del corazón si un día se la pidiera después de un beso de amor largo, oprimido, espasmódico, como los que le daba cuando tenía que pedirle una rivière de brillantes o una sociable de doble suspensión.

Las opiniones que acaban de exponerse, debidas á los hombres de ideas más avanzadas y más serios del día, no son inconciliables con las que profesaba hará cosa de treinta años, Geoffroy Saint-Hilaire, sobre el mucus general, de donde parece que la Naturaleza extrae toda su vida. «Es dice aquel sabio, la sustancia animalizable, el primer grado de los cuerpos orgánicos.