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Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio de deshacer estos conjuros perversos. Necesitaba purificar su «villa», fumigar todas las habitaciones donde hubiese entrado «la Generala», quemando en una cazoleta oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo de la guerra; pero, según la marquesa-bruja, era lo mismo quemar trigo.

Hacian 10 años, que se esperimentaba un total atraso en las labores de minas; de modo que en la actualidad no habia una sola que llevase formal trabajo, ni pudiese rendir á su dueño lo necesario para su conservacion y giro, siendo lo único que sostenia el vecindario: cuya total decadencia puso á sus mineros en tan lamentable constitucion, que los que se contaban por principales, y en otros tiempos poseian agigantados caudales, como eran los Rodriguez, Herrera, Galleguillos y otros, se hallaban en un estado de inopia, descubiertos en muchos miles, así al Rey, como con otros particulares, sin poderlos pagar, ni seguir el trabajo de sus labores, por falta de medios.

Pues bien, el santo grupo estaba disuelto: allí faltaba San José o lo sustituía un clérigo, que era peor. No se veía al marqués casi nunca; desde el nacimiento de la niña, en vez de mostrarse más casero y sociable, volvía a las andadas, a su vida de cacerías, de excursiones a casa de los abades e hidalgos que poseían buenos perros y gustaban del monte, a los cazaderos lejanos.

Por eso compuso una marcha militar titulada «La marcha del capitán Pérez», que, en los conciertos populares de los jueves, arrancaba los aplausos de una mitad del público y la rechifla de la otra... Dos o tres anarquistas llegaron a interrumpir la preciosa música, que tenía sus pujos de wagneriana, con retumbantes rebuznos, para los cuales poseían particular habilidad.

Pero lo que no hizo en su ánimo la idea patriótica de contribuir al renacimiento del espíritu nacional, mediante el movimiento industrial bien dirigido, lo hicieron los ojos, y más eficazmente las carnes de Marta, que poseían una virtud magnética sobre los sentidos de Nepomuceno.

Mas en pleno invierno... Y con las narices dilatadas de gula, los caballos se acercaron al alambrado. ¡, pasto fino, pasto admirable! ¡Y entrarían, ellos, los caballos libres! Hay que advertir que el alazán y el malacara poseían desde esa madrugada, alta idea de mismos. Ni tranquera, ni alambrado, ni monte, ni desmonte, nada era para ellos obstáculo.

Un número muy pequeño me quedé asustado poseían ese raro, absoluto e indudable carácter, en el cual se reconoce toda una creación divina y humana, de poder ser imitada pero no suplida y de hacer falta a las necesidades de las gentes si se la supone ausente.

Las tradiciones patrióticas sostenían y fomentaban en la mente de ellos la fe en los dogmas del Avesta y del Bundehesch, libros sagrados que tal vez ya no poseían ni conocían. La poesía maravillosa, tan floreciente en el reinado de Mahamud de Gazna el Grande, había hecho que resurgiesen aquellas ideas y aquellos sentimientos en los espíritus y en los corazones.

Los patriotas poseian únicamente á Lima y los paises situados en la costa del Norte; además se hallaban separados en diferentes partidos políticos, que minaban por su base la fuerza de la causa comun del Sud de América, y sus recursos metálicos no eran sobrados, antes por el contrario, andaban escasos. Tal era la situacion del Perú desde fines de 1822 á mediados de 1823.

La afición se perpetuó, pues, en el establecimiento, formando hábito vicioso; y a la fecha de esta historia, con lo que los burreros llevaban gastado en quince años de jugadas, habrían podido triplicar el ganado asnal que poseían. Tuvo Benina la suerte de encontrar a toda la familia reunida, ya de regreso las pollinas de su excursión matinal.