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Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que el adorado hijo enfermara de la noche a la mañana y se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral. Porque no había que pensar que el mérito fuera una inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos.

El corazón cerrado a la piedad... ¡Si basta entrar allí para convencerse!... Estampas de reos liberales en las paredes, periódicos perversos de los que venden por las calles, comedias o noveluchas que lleva ese Millán de la imprenta y que permitís leer a Leocadia, libros malos... y en toda la casa no hay una imagen de la Virgen ni una cruz de palo... Yo no mando... Pues es necesario que mande Vd.

Eran los Reyes Magos los que poseían el privilegio de deshacer estos conjuros perversos. Necesitaba purificar su «villa», fumigar todas las habitaciones donde hubiese entrado «la Generala», quemando en una cazoleta oro, incienso y mirra, los tres presentes de los monarcas viajeros. Oro no lo había: estaba oculto con motivo de la guerra; pero, según la marquesa-bruja, era lo mismo quemar trigo.

Si una ciudad, villa o aldea se empobrece y se arruina; si sus habitantes pierden el bienestar, el reposo y la cultura de que en otro tiempo gozaban, culpa es del ayuntamiento o del alcalde. Y si una nación decae, si pierde su poder y su crédito, y si las naciones extrañas la ofenden o la menosprecian, culpa es del monarca o de sus tontos y perversos ministros.

Por desgracia, la triste realidad, con los viejos perversos, la embriaguez, el desorden y los ultrajes, maltrata y desnaturaliza ese ideal. Y en este choque trágico, el corazón de Karaulova se desgarra. ¡Señores jurados!

Y desde que la riqueza confiere la posibilidad de alcanzar los honores y los privilegios, y la satisfacción de todos los gustos, los apetitos y las vanidades en boga, y aun la de comprar a la Iglesia la salvación eterna, y que ella pueda ser adquirida por medios ilícitos o perversos, con más o menos riesgos, hay un premio eventual para la depravación moral, una seducción permanente que en muchos países y en ciertas ocasiones suele hacerse irresistible para la mentira, el robo, el peculado, el fraude, el asesinato y la guerra.

Esta idea de la bondad de la muchedumbre y de la desventura a que la condena un solo malvado que sobre ella impera o prevalece, es idea menos misantrópica que la de suponer que todos, o casi todos, somos perversos; pero es idea no menos falsa y muchísimo mas vulgarizada.

Tal fué Alfonso de Zamora, primer catedrático de hebreo en la universidad de Alcalá i uno de los que mas trabajaron en la edicion de la Biblia Complutense: el cual, muerto su valedor Cisneros, quedó despojado del fruto de sus sudores i trabajos por las maquinaciones de dos hombres perversos, escudados con la autoridad de uno de los bestiales inquisidores.

¡Ah, sin motivo! exclamó Aldama con acento sarcástico . Los hombres perversos nunca encuentran motivo para que se les odie. Y en el fondo tienen razón. ¿Qué culpa tienen ellos de haber nacido perversos? A ti te consta mejor que a nadie la serie de ruindades que ese hombre ha hecho conmigo. A sólo me consta porque me lo has dicho.

13 Vinieron entonces dos hombres perversos, y se sentaron delante de él; y aquellos hombres de Belial atestiguaron contra Nabot delante del pueblo, diciendo: Nabot ha blasfemado a Dios y al rey. Y lo sacaron fuera de la ciudad, y lo apedrearon con piedras, y murió.