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Por otra parte, la testigo no es una campesina, sino una hija de la ciudad de Vorones. Bueno, obedezco, señor presidente; por más que las hijas de las ciudades tienen también sus pequeñas alegrías sencillas... El caso es que la señora Karaulova lleva en su corazón un ideal de verdadera cristiana.

Sin embargo, la idea que tiene usted del cristianismo es falsa. El cristianismo es algo de más monta que las virtudes y los pecados, los ritos exteriores y las oraciones. El verdadero cristianismo consiste en una comunión mística con Dios. ¡Perdón! le interrumpió el presidente . Karaulova, ¿comprende usted lo que quiere decir «mística»? No.

El presidente se encogió de hombros, se inclinó hacia el juez, que se hallaba sentado a su izquierda, y le dijo algunas palabras al oído. El otro le contestó en voz baja: , es extraordinario. No lo entiendo. Escuche usted dijo el presidente, dirigiéndose de nuevo a Karaulova . El tribunal quiere conocer las razones que la hacen negarse a prestar juramento.

Era un joven de rostro en extremo inteligente, en demasía inteligente, de largos cabellos de poeta y de manos finas. Hablaba con mucho trabajo, como si se viera obligado a vencer, a cada palabra, la resistencia encarnizada del aire. En su dulce voz se adivinaba el sufrimiento: Es muy triste todo esto dijo a Karaulova . La comprendo a usted y la miro con simpatía.

Karaulova dijo el presidente . El tribunal le permite a usted no prestar juramento; pero no olvide usted que debe decir toda la verdad, según su conciencia. ¿Lo promete usted? No puedo prometerlo, porque no tengo conciencia. ¿Y qué quiere usted que hagamos nosotros? exclamó con desesperación el presidente . Le pedimos que diga la verdad. ¿Comprende usted? Diré lo que sepa.

Sus manos, mientras arreglaban la cruz que pendía sobre su pecho, temblaban ligeramente. ¡Esto es magnífico! comentó entusiasmado, en voz queda, el artesano de los últimos bancos, volviendo a todos lados su rostro, radiante de alegría, sonriente. El acusado, a quien contrariaba el retraso causado por la obstinación de Karaulova, la miraba con desprecio. El tribunal deliberaba.

¡, también yo soy prostituta! respondió con apresuramiento, casi con orgullo, una muchacha no menos bien trajeada. Estaba muy contenta de verse en la sala del tribunal, donde todo le gustaba. Había ya cambiado algunas miradas con el joven abogado. ¿Y usted? ¿Quiere prestar juramento? , con mucho gusto. ¿Ve usted, Karaulova?

Al fin, el presidente hizo conocer la decisión tomada: En vista de las opiniones no cristianas de Karaulova, el tribunal le permite que haga su declaración sin prestar juramento. Los demás testigos se acercaron al altarcito, ante el cual esperaba el sacerdote. ¡Levantaos! proclamó en alta voz el ujier. Todo el mundo en la sala se levantó y volvió la cabeza hacia el altarcito.

Karaulova, a su vez, le sonrió, y luego volvió a ponerse seria. El tribunal deliberó en voz baja, después de lo cual el presidente, con una expresión amable y al mismo tiempo respetuosa, punto menos que religiosa, se dirigió al sacerdote, que, en espera de que los testigos prestasen juramento, se mantenía un poco a distancia.

He querido sólo decir, señores jurados, que la señora Karaulova no renunciará a sus convicciones aunque se le amenace con hacerla quemar en una hoguera y con todos los horrores de la Inquisición, lo que, por fortuna, es imposible en nuestra época. En la persona de la señora Karaulova vemos, señores jurados, algo así como el reverso de la mártir cristiana.