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Escuché aquello con verdadero asombro; le hice mil preguntas, le hablé de quien era mi padre, de mi familia dudé, volví a preguntarle, y sacamos en limpio que Pepe García, el vizconde de Manjirón, mi amante, era el hijo de mi tutor, de don Ulpiano, el hijo del hombre que había causado mi desgracia y mi envilecimiento. Fácilmente se explica que yo no lo supiera antes.

Toqué su corazón, escuché su pecho y retrocedí horrorizada. ¡Estaba muerta! Una inmensa desesperación se apoderó de . ¿Era posible que me hubiese convertido en una criminal? Era verdad que me había hecho traición, insultado, agredido... Pero yo la había matado y todas las consecuencias se desarrollaron instantáneamente en mi espíritu.

A eso de media noche a través del lecho, a larga distancia, un chillido breve y agudo que en medio de tantas convulsiones resonó en mi alma como el grito de un amigo. Abrí la ventana y escuché. Era una bandada de patos que había levantado el vuelo al venir la marea alta y se dirigía a toda prisa hacia el río.

El portero le examinó, con mucha calma, de pies a cabeza, con una mirada indiferente e insolente a la vez, y, tras un corto silencio, dijo: Anteayer vino también uno de ustedes... Uno rubio, con grandes bigotes. ¿Le conoce usted? ¿No he de conocerle?... Rubísimo. Hay muchos como usted... que recorren las calles... ¡Escuche! protestó Krilov . Todo eso me tiene sin cuidado. Sólo vengo...

Escuche sin interrumpirme, como hacen las jóvenes que asisten á mi cátedra. Al final me expondrá sus dudas, si es que las tiene, y yo le contestaré. Después de este preámbulo, el profesor empezó su lección. Usted sabe, gentleman, quién fué el primer Hombre-Montaña que visitó este país. Hasta creo que el tal gigante dejó escrito un relato de su viaje, y usted debe haberlo leído, indudablemente.

Acordaos de aquella triste pecadora que, transida de pena, desmayada de amor, da consigo a los pies de Jesús y se los lava con sus lágrimas y se los limpia con sus cabellos y se los unge, sin que se escuche una palabra de su boca porque se derrite en fuego de amor. ¡Oh lágrimas derramadas por Dios, y cuánto valéis y cuánto podéis y cuánto acabáis!

La ordenó él, zarandeándola: Cállese usted, doña,... Bruja, y escuche.... Cabe en lo posible que Carmen renuncie la herencia de su padre en favor de usted..., y cabe en lo posible que reclame su legado.... Esto depende de que usted nos deje o no ir en paz.... Y ahora, pronto, un abrigo; no espero ni un minuto más.

No brilla un día sin que resuene un ataque, sin que se escuche un sarcasmo contra las reverendas, venerandas y predicandas corporaciones, indefensas y faltas de todo apoyo.

Escuche, pues, compadre, todos tenemos que vivir; yo tengo obligaciones: una abuela enferma, una esposa adorada, y dos hijos pequeños, con sus hermosos cabellos rubios y frescas mejillas rosadas... Y además... El gitano le interrumpió por un movimiento tan brusco, que todas sus cadenas resonaron como si se hubieran roto.

¡Y escuché nuevamente! «Son alucinamientos» me dije. Pero a pesar de ello tenía miedo de todo ese movimiento y de todo ese estrépito, que parecía aumentar a cada instante. Veía que un torrente me llevaba en sus remolinos, un torrente de sangre. De él surgía una roca de puntas escarpadas. En esa roca, una palabra estaba escrita en letras de fuego, la palabra: «Asesinato