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Era lunes, y el joven empleado llegaba al escritorio con una hora de retraso. Sus compañeros apenas levantaron la vista de los papeles cuando él entró, como si temieran hacerse cómplices con un gesto, con una palabra, de esta falta inaudita de puntualidad.

Desnoyers pensó en la pérdida de vidas que esto podía representar. Pero la suerte de Julio no le hizo sentir ninguna inquietud. Su hijo no estaba en aquella parte del frente. El día anterior había recibido una carta de él fechada una semana antes; pero casi todas llegaban con igual retraso. El subteniente Desnoyers se mostraba animoso y alegre.

A veces, me siento a la mesa cerca de las tres... De todos modos, a las cuatro siempre estoy libre. Perfectamente. Entonces podríamos citarnos para las cuatro. Mi amigo asiente. Claro que, si me retraso unos minutos añade , usted me esperará. Quien dice a las cuatro, dice a las cuatro y cuarto o cuatro y media. En fin, de cuatro a cinco yo estaré sin falta en el café. ¿Le parece a usted?

Ya te he dicho muchas veces que me pareces aquel hombre de quien se dice que vino al mundo con un día de retraso, y en toda su vida no pudo ya recobrarlo. Ya lo .

Con gran retraso salimos de San Luis, á causa de que la comunicación telegráfica de la Empresa del ferrocarril se encontraba interrumpida hasta Alto Cedro, ignorándose si la vía estaba expedita. A las cuatro y treinta y cinco minutos el tren se puso en marcha, deteniéndose en todas las estaciones sin que nada anormal ocurriera.

La vista de la navaja daba escalofríos á la señora, la ponía nerviosa, y por eso mismo el socarrón cortaba el tabaco con lentitud y tardaba en guardársela, repitiendo siempre los mismos argumentos del abuelo para explicar su retraso en el pago.

Llevaba mucha delantera, pero tal vez á mata caballo podrían detenerla en Fuerte Sarmiento. Otros ponían en duda el éxito de tal persecución. Sólo quedaba una hora escasa para la llegada del tren, y como éste partía de la próxima estación del Neuquen, nunca llegaba con retraso.

Media hora de retraso en el nacimiento de una hoja infundía grandes esperanzas en el público, que se imaginaba encontrar noticias estupendas. Todos se arrebataban los últimos suplementos; todos llevaban los bolsillos repletos de papel, esperando con ansiedad nuevas publicaciones para adquirirlas. Y todas las hojas decían aproximadamente lo mismo.

Tenían las horas contadas para visitar la ciudad, y el retraso del buque en acercarse al muelle era acogido por algunas mujeres con pataleos de impaciencia, como si temiesen no desembarcar a tiempo y que la mágica urbe de belleza tropical se desvaneciese de pronto. Así como el trasatlántico avanzaba tierra adentro, cada vez con mayor lentitud, hacíase sentir un calor húmedo, asfixiante.

El famoso vestido nuevo que había motivado el retraso de Camila Liénard era negro y guarnecido con cintas malva; Delaberge, acostumbrado a los refinamientos de la elegancia parisiense, hubo de confesarse que la modista hubiera podido emplear mejor el tiempo. El cuerpo, que era de satén, no favorecía mucho al talle de la dama, el cual parecía no obstante bien contorneado.