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Vamos a la de usted, que tampoco es alegre, y hoy menos que nunca». El Director dio un gran suspiro, expresión oficial de sus sentimientos compasivos, e Isidora quedose fría, aguardando terribles noticias. ¡Cómo miraba al buen señor, deletreando en su cara, y qué bien le decía esta que no esperara nada bueno! «Yo quisiera verle... balbució Isidora.

«La desgracia no viene sola pensaba Adolfo. ¿Qué nos esperará después de estos nuevos golpes? ¿O habrá terminado ya la «racha negra»?... Pues la «racha negra» no había terminado, y otro golpe le esperaba todavía: fracasó en sus negocios y se enfermó del pecho... Dejándose vencer del desaliento, pronto hubiera muerto también Adolfo, sin la enérgica y generosa decisión de su hermana Laura.

JARIFA. Ya estaba de ti quejosa, Y más del temor del día; Que como la noche fuera De un siglo, un siglo esperara, Sin que esperar me cansara, Si esperara que te viera. ABIND. ¡Ay, brazos hermosos míos! ¡Ay, puerto de mis tormentos!

Por su rostro vaga una sonrisa, una sonrisa horrible que no admite consuelo ni esperanza... Al fin interrumpe a su desgraciado hermano, que repite interminablemente su frase, como si esperara verla causar un efecto mágico. Basta; no sabes qué decirme y no puedes decirme nada.

Dicho Portugues parece de 45 años, y dice que viene á ordenarse, cuando no hay aquí Obispo, ni trae dimisorias, ni tiene beneficio eclesiástico: y á los que le reconvienen con esto, responde: que esperará al Obispo, que se ordenará y domiciliará aquí.

Me suplicó que saliera, me lo pidió de rodillas; yo le dije que no esperara nada, que usted no podría ni sabría salvarla del poder de aquella gente cruel. Nada, no me oyó. Su propósito era inquebrantable. Conocí que su fidelidad era la más grande de sus virtudes; y creyendo que era imposible arrancarle la primera imagen, la imagen que nada puede borrar, desistí de mi intento.

Tengo diez mil reales en casa... Y si no, se vende todo... Se pide limosna. Pero, señora, espere usted... ¿Y su alma, señor cura, y su alma? gritaba ella con los ojos muy abiertos . ¿Acaso esperará la muerte?... ¡Y estará allí solo..., solo, el hijo de mi vida, sin su madre que le haga confesar, que le ayude a bien morir si Dios le llama, que le cierre los ojos y le acueste en la tierra!...

Sus súplicas y sus amenazas debieron de ser inútiles, porque aquella noche nos dijo: Ese angelito tiene muy dura la cabeza. ¿Se niega a ir a Barèges? preguntó Enrique. Así parece. Iremos y yo, y nos esperará en mi castillo de Lescar, en los alrededores de Pau. ¡Cómo!... tío, ¿ha cedido usted? exclamó Enrique en tono de reproche.

La señorita Margarita entró casi en el momento á la pieza en me hallaba. Cuando me vió en ella, pareció poco satisfecha. Perdón, señorita; pero el criado me dijo lo esperara aquí. Tenga la bondad de seguirme, señor. La seguí. Me hizo subir una escalera, atravesar muchos corredores, y me introdujo por fin en una especie de galería donde me dejó.

Siento despertarle dijo ; ¡duerme tan bien, y está tan hermoso durmiendo! ¡oh! ¡si no me esperara el público! ¡esta es una esclavitud insoportable! Estuvo un momento contemplando al joven. Al fin se resolvió. ¡Caballero! dijo dulcemente ¡caballero! Montiño abrió los ojos.