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No había mancebo elegante en la ciudad que no estuviese aquel mediodía por las esquinas de la calle de la Victoria. La ciudad, en esas mañanas de domingo, parece una desposada. En las puertas, abiertas de par en par, como si en ese día no se temiesen enemigos, esperan a los dueños los criados, vestidos de limpio.

Todo el interior de la casa se escapaba en un chorro de humo, polvo y astillas. Los invasores bombardeaban á Villeblanche antes de intentar el ataque, como si temiesen encontrar en sus calles una empeñada resistencia. Cayeron nuevos proyectiles. Algunos, pasando por encima de las casas, venían á estallar entre el pueblo y el castillo.

A estas horas las damas permanecían abajo todavía, en los camarotes y las salas de baño. Maltrana había sorprendido algunas veces las intimidades del arreglo matinal al transitar por los pasillos de las cubiertas inferiores, tropezándose con mujeres envueltas en kimonos y batones viejos que apresuraban el paso para refugiarse en sus camarotes, ocultando la cara como si temiesen ser reconocidas.

Y los dos amantes, en una continua borrachera, que apenas se desvanecía era reforzada, como si temiesen perder la ilusión viéndose fríamente sin la engañosa alegría del vino, iban de un lado a otro, cual un vendaval de escándalo, entre los aplausos de la gente joven y la indignación de las familias. Salvatierra escuchaba a su discípulo con gesto irónico. Le interesaba Luis Dupont.

Las cuadrillas pasaban en coches abiertos, y los bordados de los toreros, reflejando la luz de la tarde, parecían deslumbrar a la muchedumbre, excitando su entusiasmo. «Ese es Fuentes.» «Ese es el Bomba.» Y las gentes, satisfechas de la identificación, seguían con mirada ávida el alejamiento de los carruajes, como si fuese a ocurrir algo y temiesen llegar tarde.

«¡Muy biense cumplimentó a mismo Krilov, con el corazón lleno de la alegría pérfida de un enfermo del hígado. Había algo de pintoresco, de sugestivo, de agradablemente inquietante en esa renuncia a su propia persona, en representar un papel antipático, en que los demás le odiasen y le temiesen.

Si consiguieses dar aliento y ayuda a los brahmanes, vencer con ellos el Islam y restablecer en toda su amplitud el influjo y el imperio de casta tan inteligente, no lo dudes, los brahmanes, agradecidos, te reconocerían por nuevo y resplandeciente avatar y harían que por tan alto carácter, todos los indios te reverenciasen y temiesen.

El pan se amontonaba detrás del mostrador, al amparo de los dueños, como si éstos temiesen los hurtos de los parroquianos ó una súbita acometida de los hambrientos que pululaban afuera. Un tonel de sardinas doradas por la ranciedad, esparcía acre hedor.

Arrebatábanse los viajeros el papel impreso, ansiosos de enterarse de las noticias de su país, como si temiesen que durante su aislamiento en el mar hubieran ocurrido los sucesos más extraordinarios. Después subieron corredores de los hoteles de Buenos Aires y agentes de empresas de transportes, ofreciendo sus servicios.

Aquel enjambre de Abejas científicas y literarias que zumbaba por los sitios céntricos no despertaba simpatía en el público; al contrario, todos las huían, cual si temiesen que les clavasen el aguijón. En la calle de Carretas, un caballero gordo con barba de cazo compró un ejemplar. Me sentí enternecido; de buen grado le hubiese dado un abrazo; no se me olvidó jamás la fisonomía de aquel hombre.