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Apenas llegaron a los corredores del primer patio, viéronse rodeadas por pelotones de mujeres y chicos, y para evitar piques y celos, Jacinta tuvo que poner algo en todas las manos. Quién cogía la peseta, quién el duro o el medio duro.

En el piso y los corredores habitaban entonces mi familia, los criados y los huéspedes. ¡He aquí la casita que por espacio de tanto tiempo nos cobijó bajo su sombría techumbre! ¡He aquí la morada de paz, la Jerusalén, como mi madre la llamaba! ¡He aquí el humilde y caliente nido que por tantos años nos preservó del frío, del hambre, de las lluvias y de las tormentosas tempestades del mundo!... Nido del que la muerte fue arrebatando, primero a mi padre, a mi madre después, y del cual se han alejado también los hijos, cada uno por su lado, los unos a un sitio, los otros a otro... algunos, a la eternidad.

No quiero mas decir de sus errores De que andaba la tierra alborotada En todo el Paraná, y sus rededores; Y así se fué tras él de mano armada. Mas como este tenia corredores, Y gente puesta siempre en gran celada, En viendo la pujanza conocida Del enemigo, pónese en huida. Aqueste fué la causa que estuviese La tierra levantada, como estaba, Y que á servir al pueblo no viniese.

En la plaza Nueva, pasó entre los grupos que se estacionan allí habitualmente: corredores de vinos y de ganado; vendedores de cereales, obreros de bodega sin colocación, gañanes enjutos y tostados que esperan a que alguien alquile sus brazos inactivos, cruzados sobre el pecho. De un grupo salió un hombre, llamándole: ¡Don Fermín! ¡don Fermín!... Era un arrumbador de las bodegas de Dupont.

En los salones, casi vacíos, sólo quedaban como recuerdos del antiguo esplendor algunos tapices astrosos, cuadros negruzcos con santos ensangrentados en posturas horripilantes, sillerías de estilo Imperio con la seda deshilachada; todo lo que no habían querido los corredores de antigüedades de Sevilla, a los que llamaba el marqués en sus momentos de apuro.

¡Dios acoja su alma! Y ahora, á defendernos y sobretodo á defender á una dama que necesita de todo nuestro esfuerzo. Aquí llega quien quizás pueda servirnos de guía por estos corredores y aun conducirnos fuera de la fortaleza. En la cual no tardaremos en morir asados si no la dejamos pronto, agregó Duguesclín.

Señalaban premio a los corredores, honraban a los diestros, coronaban a los tiradores y subían al cielo de la alabanza a los que derribaban a otros en la tierra.

No hay inconveniente. Se halla en el jardín en este momento... Pasen ustedes por aquí. Los condujo al través de varias estancias y corredores hasta una puertecita. Abrió un ventanillo que tenía y les invitó a mirar. Miró primero Timoteo, luego Rivera; el último fue Mario. El ingenioso D. Pantaleón se hallaba sentado en uno de los bancos de piedra del jardín rodeado de seis u ocho individuos.

Llegaron en solemne y lenta procesión, después de cruzar varios corredores, a la gótica capilla del palacio, que parecía aguardarlos con sus mortecinas luces encendidas. Se descubrieron. Entraron. Persignáronse.

Por una escalera de piedra bajaron hasta la orilla y pasando entre los obreros, los corredores, los marineros y los mendigos, se dirigieron hacia el tablón que unía el yate con el muelle. Al aproximarse, un joven alto y moreno apareció en la borda y salió á su encuentro. Aquí está el señor de Tragomer dijo la más joven levantándose el velo como con prisa de ver mejor.