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Del sepulcro del duque de Medinasidonia solo existe hoy la memoria en una lápida que hay en la pared al lado del Evangelio, con un epitafio que dice: «Aqui yace D. Enrique de Castilla, duque de Medinasidonia, conde de Cabra, señor de Alcalá y de Mora, hijo del muy alto rey D. Enrique II el Magnífico;» y en la inscripcion de la capilla de la Encarnacion, ó de los Sousas, que dejamos ya reproducida.

El que escribe a una querida escribe para , por varias razones; por lo regular rara vez se encuentran dos amantes en igual grado de pasión; por consiguiente, el calor del uno es hielo para el otro, y viceversa. Además, desde el momento en que dejamos de querer a nuestra amada, dejamos de escribirle. Prueba de que no escribíamos para ella.

Cabalgó las gafas sobre la nariz el honrado alcalde, y después de releer, para mejor estimar los conceptos, la orden que dejamos copiada, se levantó bruscamente y dijo al alguacil, que era un mozo listo como una avispa: ¡Hola, Güerequeque! Que se preparen ahora mismo tus compañeros, que nos ha caído trabajo, y de lo fino.

Y no se crea que Eugenio proceda de mala fe: ve las cosas tales como las expresa; así como las expresaba por la mañana tales como á la sazon las veia. Dejamos á Eugenio, en el terrible dónde.... que á no dudarlo hubiera abortado una blasfemia horripilante, si no se interrumpiera el monólogo con la llegada de un caballero que con libertad de amigo penetra en el gabinete sin detenerse en antesalas.

No hay quien te toque... Y si vinieran por una casualiá los siviles, yo me pongo a tu lao, agarro una garrocha y no dejamos vivo a uno de esos gandules. ¡Y poco que me gustaría haserme caballista der monte!... Siempre me ha tirao eso. ¡Potaje! dijo el espada desde el extremo de la mesa, temiendo la locuacidad del picador y su vecindad con las botellas.

El resto de la población reune las condiciones que ya dejamos reseñadas al tratar de la población de Mindanao. La capital del distrito es Surigao, con unos 6.000 habitantes, situada en el estrecho de su nombre.

El pueblo la llamaba con otro nombre que, por no ruborizar a nuestras lectoras, dejamos en el fondo del tintero. Así, se decía: El entierro de don Fulano ha estado de lo bueno lo mejor. ¡Con decirte, niña, que hasta la llorona del Viernes Santo estuvo en la puerta de la iglesia!

Cuando nos dejamos deslizar por la suave pendiente de la piedra y nos reunimos alrededor del almuerzo que estaba ya preparado allí mismo, nos notamos los rostros pálidos y el respirar fatigoso. Una grave pesadez nos invadía, un deseo imperioso de dejarnos caer al suelo y dormir, dormir largas horas.

En tanto que Garay aquí esperaba, Y en tierra sus caballos saca, y gente, El capitan Rui Diaz se levaba De donde le dejamos prestamente. Volviendo hácia abajo, atravesaba Acaso Yamandú que está de frente: Allí nos dieron nueva muy entera, Que en el Carcarañá Garay espera.

¿Qué hacemos ahora? preguntó al cabo Toribión. ¿Le dejamos marchar? No; debemos torgarlo para que no vuelva á cortejar fuera de su quintana manifestó un mozo que había rondado á Flora algún tiempo sin resultado. Sin embargo, Toribión se puso de parte del primero. ¡Á torgarlo! ¡á torgarlo! exclamó soltando bárbaras carcajadas.