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No harán, pues, un gesto de desagrado nuestras elegantes lectoras cuando nos vean explicar la significación de nuestro título: esta explicación no es ciertamente para ellas; pero nosotros no tenemos la culpa si su extraordinaria delicadeza y si su civilización llevada al extremo, que forma de ellas un pueblo aparte, y pueblo escogido, nos pone en el caso de empezar por traducir hasta las palabras de su elegante vocabulario, cuando queremos dar cuenta al público entero de los usos de su impagable sociedad.

A todas nos gusta murmurar: todas murmuramos, y la vida sin murmuración sería aburridísima y tediosa. Quedamos, pues, en que es agradable murmurar. Ahora bien: ¿es conveniente? Yo creo que . No se escandalicen mis lectoras.

El discernimiento sólo se alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».

En cuanto al retrato de las prendas físicas de don Juan... mejor es no hacerlo; a los lectores poco ha de importarles la omisión, y en cuanto a las lectoras, preferible es que cada una se le figure y finja con arreglo al tipo que más le agrade.

Como mi gusto sería ahora presentarle en una situación heroica, con gran dificultad contengo mi pluma en este momento, y únicamente me abstengo de introducir semejante episodio con el profundo convencimiento de que generalmente nada de esto ocurre en semejantes casos, y tengo la esperanza de que la más bella de mis lectoras perdonará la omisión, recordando que en una crisis verdadera, el salvador es siempre algún forastero poco interesante, o bien un poco romántico agente de autoridad, y jamás un Adolfo.

Parapetado tras una tripuda botella de lo tinto, y haciendo boca con media libra de salchichón, esperaba pasar una escrupulosa revista á cuanto se pusiese al alcance de mi vista. Puesto que entre personas de tono, lo primero es la presentación, voy á ir presentando á mis bellas lectoras, y digo lectoras porque ellas son siempre más curiosas que ellos, los bocetos de mis compañeros á bordo.

A fuerza de ahondar en eso, don Juan se convenció de que Cristeta despertaba en él cierto interés, algo que no le hizo experimentar ninguna de cuantas había conocido hasta entonces. No obstante lo cual, sin pararse a desentrañar lo significativo del síntoma, quedaron en su ánimo resueltos el regalo y la fuga. Capítulo XI A consecuencia del cual perderá don Juan la simpatía de las lectoras

Seis blancas servilletas oprimidas en otros tantos aros de marfil, se ven sobre la mesa. Tres son las desconocidas ó desconocidos que me toca bosquejar, pues en cuanto al capitán y á mi amigo, ya los han visto ustedes, siquiera haya sido á la ligera. En el boceto del capitán poco tengo que añadir. ¿Quién de mis lectoras no conoce á un andaluz joven, buen mozo, bullanguero y galante?

La reina, más instintiva siempre que el rey, tiene un juicio más exacto de la posteridad. Resultará un poco extraño a mis habituales lectoras que yo trate esta materia de psicología palatina. Debo sobre este punto una explicación reveladora del origen de mis conocimientos. En realidad, yo no he pisado en mi vida un palacio real ni he conocido nunca a ningún monarca ni a ninguna reina.

Para la mujer sólo hay un acontecimiento capaz de producir tales y tan instantáneos efectos: nuestros lectores lo saben y aún mejor nuestras lectoras. ¿Estaría la condesa enamorada? Dejemos que los acontecimientos, próximos por fortuna, vengan á esclarecerlo.