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Alejo la contemplaba todos los días, y por un singular efecto de imaginación, estaba viéndola después toda la noche, despierto y en sueños: si escribía, en el fondo del tintero; si meditaba, revoloteando como espectro de mariposa alrededor de la macilenta luz que hacía veces de astro en el paraíso del estudiante.

Pero no divaguemos y vamos a las contestaciones que dio Sankarachária y que no conviene queden en el tintero. El caudal de experiencias y de merecimientos con que el ser humano se va afirmando en sus diferentes vidas y haciéndose digno de más altas reincarnaciones se llama Karma.

Cuando leí el nombre de Margarita, solo, sin apellido... sospeché, porque tratándose de don Rodrigo es necesario sospechar de todas las mujeres... sospeché que aquella Margarita que se dejaba en el tintero su apellido era... Margarita de Austria. Pero, señor, señor exclamó todo escandalizado y mohíno el cocinero de su majestad ; esa mujer tan vil, de cuna tan baja... esa perdida, ¿sabe leer?

Era un muchacho pálido, ojeroso, exangüe y consumido por el trabajo; un infeliz, condenado, sin duda, a prisión perpetua en aquel mundo de legajos y mamotretos; siempre inclinado sobre aquella mesita cubierta con un tapete de bayeta verde, delante de aquel tintero de plomo lleno de tinta espesa y natosa. ¿El señor Castro Pérez? ¡En la otra pieza! me contestó el covachuelista. ¿Puedo pasar?

En frente de la puerta de entrada había dos puertas como de balcones, y entre estas dos puertas la chimenea; á la derecha otra puerta cubierta por una cortina blanca lisa; á la izquierda dos enormes estantes cargados de libros, entre los estantes un crucifijo de tamaño natural pintado en un enorme lienzo y con marco también negro; á los pies del Cristo un sillón de baqueta, sentado en el sillón un religioso, apoyados los brazos en una mesa de nogal cargada de papeles, entre los cuales se veía un enorme tintero de piedra, y alumbrada por un velón de cobre de cuatro mecheros, dos de los cuales estaban encendidos.

Luego, para distraerme, quise escribir, y tuve que emplear los escasos medios que el dueño de la casa pudo poner á mi disposición: una botellita de tinta violeta á guisa de tintero, un portapluma rojo, como los que se usan en las escuelas, y tres cuadernillos de papel de cartas rayado de azul. Así escribí en dos tardes un cuento de la huerta valenciana, al que puse por título Venganza moruna.

Quevedo, pisando lodos, atravesó con pena algunas calles, se detuvo en una, en la de Fuencarral, delante de una gran casa y se entró. Poco después, una doncella decía á la condesa de Lemos: ¡Don Francisco de Quevedo! Haced, señora, que me den tintero y papel dijo Quevedo entrando. Os lo daré yo dijo la condesa . ¿Pero qué es esto, amigo mío? dijo cuando quedaron solos.

D. Francisco de mis entretelas declaró el tísico arropándose bien otra vez con aquellos andrajos, es usted la persona más cristiana, más completa y más humanitaria que hay bajo el sol. Isidora, trae el tintero, la pluma y el papel sellado que compraste ayer, que voy á hacer un pagaré

Ruborizábase por el carácter íntimo del obsequio y murmuraba al oído de su amante: Las medias hacen reñir; es un regalo que trae mala sombra: lo he oído muchas veces. Hay que deshacer el efecto con otro regalo. Y se detuvo ante el puesto de un chamarilero, donde se amontonaban los objetos más diversos. Acababa de ver un tintero de cristal, enorme, con una esfera dorada a guisa de tapón.

Empezaba a anochecer y encendió un velón de los antiguos de Lucena, puesto sobre una mesa, en la que se veía un tintero de loza enorme, con una pluma no más larga que un dedo. Allí hacía él sus cuentas, y en un armario inmediato estaban «los libros», de los que hablaba Rafael con cierto respeto. Cada gañán tenía su cuenta.