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También se diferenciaban notablemente en el humor. Ángela era desdeñosa, irascible, absolutamente incapaz de enternecerse, amiga de los placeres de la mesa sobre todos los demás. Lucía era romántica, llorona, con ribetes de literata, amiga de contar los sueños y los presentimientos, muy habladora, astuta y zahorí para explicar los misterios y laberintos del corazón; apenas comía.

Sólo en el fallecimiento de los niños no tenían las lloronas misión que desempeñar. ¡Ya se ve! ¡Angelitos al cielo! Pero entre todas las plañidoras había una que era la categoría, el non plus ultra del género, y que sólo se dignaba asistir a entierro de virrey, de obispos o personajes muy encumbrados. Distinguíase con el título de la llorona del Viernes Santo.

Supongo que una visita no ha de ser eterna, y que alguien ha de dar ejemplo en lo de tomar el camino de la puerta, y que no hay ofensa a Dios ni al prójimo en llamarse Estatira. En cada noche recibía la llorona una peseta columnaria y un bollo de chocolate. Y no se olvide que la ganga duraba un mes cabal.

+==============================================+ | En | En | En | |los espectáculos.|el taller.|los salones. | + + + + | Llorona. | Caret. | Reina absoluta.| +==============================================+

A las siete y cinco estaba embozado en la capa y dando vueltas por el jardinillo de la Plaza Mayor, que aparecía envuelta en la neblina llorona y gris de la mañana.

Cuando el padre, comandante de los voluntarios republicanos, dijo adiós al hijo confiándole la bandera, en unos versos que terminan así: Lleva la palma en la mano Mientras la patria en ofrenda Te da este sudario en prenda... y corriendo hacia la concha del apuntador y mudando la voz llorona en un vocejón estentóreo, gritó cerrando de puños: ¡Viva el pueblo soberano!

Era tan profundo el silencio en aquel rincón del mundo, que se oía desde lejos la voz de un hombre, que se acompañaba con la guitarra, no las rondeñas, ni las mollares, ni el contrabandista, ni la caña, ¡ah!, no, sino una canción llorona, ¡la Atala!

No bien fallecía prójimo que dejase hacienda con que pagar un decente funeral, cuando el albacea y deudos se echaban por esas calles en busca de la llorona de más fama, la cual se encargaba de contratar a las comadres que la habían de acompañar. El estipendio, según reza un añejo centón que he consultado, era de cuatro pesos para la plañidera en jefe y dos para cada subalterna.

El pueblo la llamaba con otro nombre que, por no ruborizar a nuestras lectoras, dejamos en el fondo del tintero. Así, se decía: El entierro de don Fulano ha estado de lo bueno lo mejor. ¡Con decirte, niña, que hasta la llorona del Viernes Santo estuvo en la puerta de la iglesia!

Serían borrachos, que, después de pasar la noche en claro, en un arranque de embriaguez llorona no querían meterse en la cama sin visitar algún amigote enfermo. ¡Cómo le estarían poniendo los asientos! La tartana pasaba lenta y perezosa por entre el movimiento matinal.