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También nos reunimos de día. Hoy van a leer un folleto que ha escrito uno en contestación al <i>Diccionario manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España</i>. ¿Conoces ese librito? Es una sarta de necedades. Ostolaza lo ha llevado a casa, y por las noches él, el Sr. Teneyro y mamá lo leen y celebran mucho sus sandios chistes y groserías.

No perdamos tiempo, y a ver si nos reunimos con nuestros compañeros antes de que se haga de noche. Se pusieron en camino tratando de orientarse por el sol, que declinaba rápidamente; pero les era casi imposible verlo a causa de la espesura. Las selvas de la Papuasia son intrincadísimas.

Generalmente, cuando nos reunimos él es el primero en llegar. ¡Ah, ! dijo con animación Juana de Blandieres, tengo muchos deseos de verlo, a ese Huberto Martholl de quien ustedes hablan tanto! ¿Cómo no conoce usted al hermoso Martholl? Estamos aquí desde hace dos días solamente, y hoy es la primera vez que salimos.

Todos menos Inés nos reunimos en la sala, y a poco entró el lúgubre cortejo, presidido por doña María, con una pompa y severa majestad que le habrían envidiado reinas y emperatrices. Profundo silencio reinó en la sala por un instante, mas rompiolo al fin, sin gastar tiempo en saludos, doña María, no pudiendo contener el volcán que bramaba dentro de las cavidades de su pecho.

Ayer, en casa de la Marquesa de Oreve, donde nos reunimos a festejar la convalecencia de Elena, Luciana deslumbraba. Las demás mujeres parecían comparsas destinadas a hacerla valer y resultaba entre ellas una estrella refulgente. La misma Elena, muy linda, sin embargo, bajo el velo de timidez y de modesto silencio en que se envuelve, se eclipsaba y desaparecía. Nadie puede compararse con Luciana.

Para hacer nuestras excursiones solíamos reunimos a la mañanita en el muelle, pasábamos por delante del convento de Santa Clara, y por una calle empinada, con cuatro o cinco tramos de escaleras, salíamos a un callejón formado por las tapias de unas huertas. Luego cruzábamos maizales y viñedos y salíamos más arriba, en el monte, a descampados pedregosos con helechos y hayas.

»A cada instante volvíamos la cabeza para preguntar al jardinero: » ¿Puedo cortar ésta? » . » ¿Y ésta? » También. » ¿Y esta otra? » También; y lo mismo las demás. »Estábamos trastornados de alegría. En poco rato reunimos no dos ramos, sino dos gavillas de flores. » ¿Y quién va a cargar con todo eso? me dijo el jardinero. » Nosotros. Vea usted replicamos levantando en alto cada uno su ramo.

Si bien se observa, todas las creaciones de nuestra fantasia, hasta las mas incoherentes y monstruosas, se forman de un conjunto de imágenes de objetos que otras veces hemos visto; y que á la sazon reunimos del modo que place á nuestro capricho, ó nos sugiere nuestra cabeza enfermiza.

Seamos serios: están organizando una partida, vamos, a reunimos a nuestros amigos, salvo que usted no prefiera... Yo no prefiero nada al placer de seguirla a usted, de verla, de oírla... Martholl transportó sillas de tijera y se instalaron a fin de poder conversar mirando el juego.

Fuimos después a merendar entre los helechos. Allá abajo, en el fondo, se veía Lúzaro como un pueblo de juguete. Ni una lancha aparecía en el mar. Después de merendar, nos reunimos todos los romeros en el raso de la ermita. ¡Eh, Shanti, hay que bailar! me dijeron varios viejos pescadores, algunos dándome una palmada en el hombre. Ya lo creo, bailaremos.