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Barrio de las Peñuelas de San Blas, nos dijo un muchacho que se llamaba el tal paraje. Había allí magníficos conventos, suntuosas iglesias, monumentales colegios y grandiosos palacios: entre los colegios figuraban los de Cuenca y de Oviedo, de cuya hermosura hablan muchísimos libros: ¡y todo fué destruído por nuestros enemigos y por nuestros aliados!

Paola Leroni repetía siempre estas palabras: ¡Hija mía, qué fastidio tan grande! A todas nos llamaba hijas, aunque fuéramos mayores que ella, y se aburría siempre de todo. Sus parientes tardaban en sacarla del colegio, pero ella no se quejaba: ¡Hija mía, qué fastidio tan grande!

Un alférez he conocido yo, dijo doña Guiomar, que Gaspar se llamaba, y castellano y de Vitigudino era, y joven, y de no mal semblante y apostura. ¿Llamábase por acaso Gaspar de Valcárcel, señora mía? Sacado hemos al fin en claro que era el mismo que yo me pensaba el sin ventura, dijo doña Guiomar.

43 Y aconteció que se quedó muchos días en Jope en casa de un cierto Simón, curtidor. 1 Y había un varón en Cesarea llamado Cornelio, centurión de la compañía que se llamaba la Italiana, 2 pío y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.

Esta mañana dijo me contásteis una historia muy triste. Margarita, cuando estaba más loca, llamaba á su hermano Luis... vos os llamáis Luis, padre Aliaga; hace muchos años que pasó esto, y entonces debíais ser muy joven; ¿sois vos, acaso, el Luis que recordaba Margarita? Me habéis dicho que la hija de esa desdichada se parece mucho á su madre; cuando la vea podré deciros... ¿Queréis verla?

Fuíme luego a apear al mesón del Moro, donde me topó un condiscípulo mío de Alcalá, que se llamaba Mata, y ahora se decía por parecerle nombre de poco ruido Matorral. Trataba en vidas, y era tendero de cuchilladas, y no le iba mal.

Nombrábase Patricia, pero Torquemada la llamaba Patria, pues era hombre tan económico que ahorraba hasta las letras, y era muy amigo de las abreviaturas por ahorrar saliva cuando hablaba y tinta cuando escribía. Otra tarde le dio Maxi una hermosa sorpresa.

Otra, Matilde la Serrana: era morena y regordeta, y tenía el tipo común de las sevillanas. La tercera se llamaba lisamente Lola, una mujer obesa, con seno monstruoso, que inspiraba repugnancia, y manos amorcilladas, cubiertas de sortijas de poco valor. Las tres vestían el traje de percal y el pañolón de Manila, común a las jóvenes del pueblo, y ostentaban flores en los cabellos.

Comprendió su debilidad, tuvo miedo a los amargos dolores que se le preparaban y respondió como la esposa: «He quitado ya mi túnica; ¿cómo ponérmela otra vez? He lavado mis pies; ¿cómo mancharlos nuevamenteLargo tiempo estuvo luchando consigo misma para apagar la voz que la llamaba a la vida activa, y convencerse de que ella no serviría de nada a la causa del Señor, pero fue en vano.

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico.