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Pónese una mesa espléndida, á la cual se sienta el extranjero al lado del castellano; junto á ella se coloca un féretro, y pronto aparece una mujer con velo y vestida de negro, á quien sirve el féretro de mesa, bebiendo en el cráneo de un esqueleto, que le presenta un criado, vestido también de negro.

Oye, señor, que de Numancia suena El són de una trompeta, y me asiguro Que decirte algo desde allá se ordena, Pues el salir acá lo estorva el muro. Corabino se ha puesto en una almena, Y una señal ha hecho de seguro: Lleguemonos mas cerca. Sea, lleguemos. No mas: que dende aqui le entenderemos. Ponese CORABINO encima de la muralla con bandera blanca puesta en una lanza.

Mucho antes de ver el círculo polar, una fría niebla pesa sobre el mar, os resfría, os cubre de escarcha. Los cordajes se atiesan: inmovilízanse las velas; la cubierta pónese resbaladiza con el agua-nieve; la maniobra se hace difícil. Apenas se distinguen en tan solemne momento los temibles escollos movibles.

Leonor, hermana de D. Pedro el Cruel, es criada por unos carboneros en los montes de Andalucía para librarla de su receloso y feroz hermano. Pónese después bajo la protección de su hermano de padre, Enrique de Trastamara, pero así se expone más á las asechanzas del Rey, temiendo éste que Enrique, si casa á Leonor con un Príncipe extranjero, dará más fuerza á su partido.

SANCHO. ¡Estraño pensamiento! D. TELL. Yo no dónde está, porque, a sabello, Os la diera, por vida de don Tello. Sale ELVIRA, y pónese en medio DON TELLO. ELVIRA. sabe, esposo, que aquí Me tiene Tello escondida. SANCHO. ¡Esposa, mi bien, mi vida! D. TELL. ¿Esto has hecho contra ? SANCHO. ¡Ay, cuál estuve por ti! NU

Pónese a regatear un «marinero» de setenta y dos francos con noventa y cinco céntimos. Al instante vi que no venía por el «marinero», sino por la que lo vendía. ¡Me miraba, me miraba...! ¡Bueno...! Cogió su «marinero» y se marchó.

Pónese en seguida en camino, menos por llenar el deber, que se le impone, que por creer que Blanca se encuentre allí también. Apenas se presenta delante del Rey, que desea hablarle, cuando descubre su error, esto es, que su ofensor es Don Mendo y no el Rey. Caballero, guárdeos Dios; Dejadnos besar primero De Su Majestad los pies. Aquél es el Rey, García.

No bien asomamos las narices á la puerta, calla el discordante y atronador coro que forman los granujas lectores, quítase el maestro las gafas, pónese de pie, hacen lo propio sus discípulos, y todos á la vez, hincando una rodilla en tierra, exclaman á grandes voces: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Pónese al abrigo bajo los tilos que rodean el terrado, y mira y espera. El viene ahí entre esa masa confusa de caballeros. ¿Podrá reconocerlo? Alguna feliz casualidad le hará volver la cabeza hacia ese lado. Bettina sabe que es teniente de la segunda batería de su regimiento; sabe que una batería se compone de seis cañones y seis cajas. El abate Constantín le enseñó también esto.

Charlamos; es decir, nos dirigimos uno al otro frases a medias palabras al uso campesino, esas interjecciones casi indias, breves y rápidas como las postrimeras chispas de los consumidos sarmientos. Al fin, pónese de pie el guarda, enciende la linterna, y piérdese su paso perezoso en la calma y obscuridad de la noche silenciosa...