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Uno de ellos hace una jugada al parecer tan indiferente..... «tiempo perdidodicen los espectadores; luego abandona una pieza que podia muy bien defender, y se entretiene en acudir á un punto por el cual nadie le amenaza. «Vaya una humorada, exclaman todos, esto le hará á V. mucha falta.» «¿Qué quieren Vds.? dice el taimado, no atina uno en todo,» y continúa como distraido.

Andando gruñe su mujer, clavando los dientes en la quinta manzana, que todos somos hijos de Dios, y más ven cuatro ojos que dos. Es de razón exclaman á coro los demás circunstantes. Pues, caballeros concluye el perito con cierto tonillo de autoridad; creo que se pueden dar veintisiete doblones por la pareja. Ya lo oyes, Antón...; y yo no dejo mal á ningún amigo.

No se tienen por ladrones, y siempre dicen: ¡Nosotros lo que hacemos es embromar a quien nos tiene por zonzos! ¡A los otarios les contamos un cuento, les ofrecemos una ganancia enorme, y encandilados, los clavamos : eso es todo!... ¡No les hacemos daño, no los golpeamos, ni asustamos!... ¡Si se clavan, nadie tiene la culpa! Si uno los apura, demostrándoles que son ladrones, exclaman

Crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces piden versos y décimas, y no hay más poeta que Fígaro... ¡Es preciso! ¡Tiene usted que decir algo! exclaman todos. Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno. Yo le daré el pie: a don Braulio en este día. ¡Señores, por Dios! No hay remedio. En mi vida he improvisado. No se haga usted el chiquito. ¡Me marcharé! ¡Cerrar la puerta!

»¿Acaso es para ellos su sangre y su alma, como para nosotros los padres lo es nuestra hija? ¡Nuestra hija! Esas dos palabras lo expresan todo. »Cuando les traiciona por otro, exclaman a voz en grito que aquello es un crimen; pero cuando antes nos hizo traición por ellos les pareció la cosa más natural.

Estáis cogidos, odiosos impíos parecen decir las caras de los devotos asiduos ante la invasión de los nuevos filisteos. El coro nos pertenece como a vosotros, estúpidos santurrones parece que responden los impíos aludidos. Y unos y otros, al salir de la Catedral, exclaman con satisfacción: La verdad es que Aiglemont puede estar orgulloso de su coro. Se dice Aiglemont y no la Catedral.

No bien asomamos las narices á la puerta, calla el discordante y atronador coro que forman los granujas lectores, quítase el maestro las gafas, pónese de pie, hacen lo propio sus discípulos, y todos á la vez, hincando una rodilla en tierra, exclaman á grandes voces: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Dice usted que es ridículo el ser un calzonazos; y que es un pobre hombre todo Juan Lanas, y sale un importante de estos que, a costa de tener reputación, se conforman con tenerla mala, y exclaman a voces: ¡Señores! ¿Saben ustedes quién es ese Juan Lanas de quien habla el satírico? Ese Juan Lanas soy yo: porque para eso de entender alusiones no hay hombres como los batuecos.

El buen señor pasa media hora arrojando puñados á los transeuntes; muchachos, menestrales y mujeres del pueblo se agolpan á coger las monedas; al verlos reunidos en un punto, arroja un puñado en otra direccion; todos corren, se chocan, se apiñan, gritan, riñen, pelean, exclaman, se insultan, se agarran, y el ruso se divierte. Yo ignoraba que en Rusia se divertian de este modo.

M. Guizot, el historiador de la civilización europea, el que ha deslindado los elementos nuevos que modificaron la civilización romana, y que ha penetrado en el enmarañado laberinto de la Edad Media, para mostrar cómo la nación francesa ha sido el crisol en que se ha estado elaborando, mezclando y refundiendo el espíritu moderno; M. Guizot, ministro del rey de Francia, da por toda solución a esta manifestación de simpatías profundas entre los franceses y los enemigos de Rosas: «¡son muy entremetidos los francesesLos otros pueblos americanos, que, indiferentes e impasibles, miran esta lucha y estas alianzas de un partido argentino con todo elemento europeo que venga a prestarle su apoyo, exclaman a su vez llenos de indignación: «¡Estos argentinos son muy amigos de los europeos!» Y el tirano de la República Argentina se encarga oficiosamente de completarles la frase, añadiendo: «¡traidores a la causa americana!» ¡Cierto!, dicen todos; ¡traidores!; ésta es la palabra. ¡Cierto!, decimos nosotros; ¡traidores a la causa americana, española, absolutista, bárbara! ¿No habéis oído la palabra salvaje que anda revoloteando sobre nuestras cabezas?