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Bien se me alcanzaba que lo que tanto deleite encerraba para mi joven preceptor, era el espectáculo del juego de la vida, el mecanismo de los sentimientos, el conflicto de intereses, de ambiciones, de vicios; pero, lo repito, para era indiferente que el mundo fuese como un gran tablero de ajedrez según decía Agustín, que la vida fuese una partida mejor o peor jugada y que hubiese reglas para ese juego.

Metido en este empeño, estuve pegajosón y baboso como un doncel primerizo... ¡qué demonio! como estarán hasta los tenorios más «lagartos» cuando va la cosa de veras y se pone en la jugada tanta cantidad de propio como de «lo mío» ponía yo en aquélla.

Acercóse Roger muy quedamente y observó con sorpresa que Tristán tenía cruzado á la espalda el arco de Simón y ceñida la espada de éste y que entre los dos, como si fuese la puesta de la próxima jugada, se hallaba el casco del arquero. ¡Maldición! exclamó éste al mirar los dados. ¡Uno y tres! No he tenido suerte peor desde que salí de Rennes, donde perdí hasta los borceguíes. À toi, camarade.

Señorita Helouin, es tiempo de poner fin á esta escena, porque ya raya en melodrama. Me ha hecho usted una buena jugada para prevenirme sobre el terreno de la delación y de la calumnia; pero puede descender á él en plena seguridad, pues le doy mi palabra de no imitarla. Después de esto, soy su servidor.

Jugó a la alza, cuando ésta se mostraba firme, y de repente la baja se pronunció, sin saber cómo ni por qué, arrastrando en su caída a muchos incautos, él entre ellos; quedó deudor de cierta suma, a pagar dentro de las veinticuatro horas, no se atrevió a acudir al padre, esperando resarcirse en otra jugada, y para salir del paso valióse del usurero.

¿Y a qué viene eso? Pues a que Miguel no vería con malos ojos la desaparición de usted. Una vez quitado usted de en medio podría él realizar la jugada que antes le echamos a perder, o por lo menos lo intentaría. Yo me basto para defenderme.

En cuanto al señor de Areche, refieren que volvió cogitabundo a ocupar su puesto en la mesa de tresillo, que en toda la santa noche no hizo jugada en regla, y que, por primera vez en su vida, cometió dos renuncios, prueba clara de la preocupación de su ánimo. ¡Qué demonche! Yo no soy maldiciente, pero en la historia hay hechos que lo sacan a uno de quicio.

¿Y, por ventura, se la roban a usted de casa para llevársela por esos mundos afuera... a Méjico, verbigracia, donde no la vuelva a ver en muchos años... o nunca quizá? Si hasta por ese lado sale usted ganando en la nueva jugada; pues lejos de quedarse sin la única hija que tiene, adquiere otro hijo más, que le acompañe y le quiera y le venere... ¡Ah, caramba, si yo me viera en pellejo de usted!

La mejor jugada es no jugar contestaba. No insistía porque, al fin y al cabo, Jacinto iba a la Bolsa de su cuenta y riesgo, y tenían además las espaldas bien guardadas, pues detrás de la razón social estaba la robusta fortuna de don Bernardino. Antes de la una, salía Jacintito para la Bolsa, después de charlar en el escritorio con los amigos y discutir con míster Robert.

Poco después de este incidente, llamó al fiscal don Claudio desde una mesa de las más apartadas del billar, para que fallara en la porfía en que estaba empeñado con sus compañeros de tresillo, sobre una jugada que había hecho uno de los jugadores.