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Cierto; no me entiende usted; es mal enemigo, y no me atrevo a insertarlo. ¡Oh inagotable capítulo de las consideraciones! Por todos lados adonde nos volvamos para marchar, encontramos con la pared. ¿Qué de elogios no merece esta noble moderación, este respeto a las personas que pueden, entre los batuecos? Encuéntrome con un escritor público. Señor bachiller, ¿qué le parece a usted mis escritos?

Con lo cual creo haberte convencido de otra ventaja que llevan los batuecos a los demás hombres, y de qué cosa sea tan especial el miedo, o llámase la prudencia, que a tal silencio los reduce.

¿Por qué no pinta usted el desorden de nuestras costumbres y de nuestras...? ¡Ah! ¿no conoce usted el país? ¿Yo satírico? ¡Si tuviera el vulgo la torpeza de entender las cosas como se dicen! Pero es tanta la penetración de estos batuecos, que adivinan el original del retrato que usted no ha hecho.

Y para confirmación de esto mismo, un diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de estos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en substancia una misma cosa, concluyendo cada uno a su tono y como quiera. Aprenda usted la lengua del país les decía coja usted la gramática.

Así ves, Andrés mío, a los batuecos, a quienes una larga costumbre de callar ha entorpecido de lengua, no acertar a darse mutuamente los buenos días, tener miedo, pazguatos y apocados, a su propia sombra cuando se la encuentran a su lado en una pared, y guardándose consideraciones a mismos por no hacerse enemigos, sucediéndoles precisamente que se mueren de miedo de morirse, y que es la especie de muerte más miserable de que puede hombre morir.

¿Hay cosa más rara? ¡Un hombre que vive de lo que otros hablan! ¿Y dicen que los batuecos no son industriosos para vivir?.......... Va a edificarse un monumento que podrá dar gloria a las Batuecas; el plan es colosal, la idea magnífica, la ejecución asombrosa; pero hay un defecto, un defecto también colosal; me apresuro: yo lo haré conocer, yo lo haré desaparecer.

Y que no se hayan hallado en tanto tiempo los Césares, no es prueba de que no los hay, como no lo fuera de que no habia Canárias, porque no se hubiesen descubierto hasta los años de 1200; ni que no habia Indias, el no haberse descubierto hasta los tiempos de Fernando el Católico; ni que no habia Batuecos, el no haberse descubierto hasta el reynado de Felipe II., y esto estando en el riñon de España.

Todavía le diría a usted más... Pero... Desengáñese usted; aquí no se lee. Nada tengo que replicar le contestaría yo, sino que hace usted lo que debe, y llévese el diablo las ciencias y la cultura. Lucidos quedamos, Andrés. ¡Pobres batuecos! La mitad de las gentes no lee, porque la otra mitad no escribe, y ésta no escribe porque aquélla no lee.

Y ya ves que por eso a los batuecos ni nos falta salud ni buen humor, prueba evidente de que entrambas cosas ninguna falta nos hacen para ser felices. Aquí pensamos como cierta señora, que viendo llorar a una su parienta, porque no podía mantener a su hijo en un colegio, «calla, tonta, le decía: mi hijo no ha estado en ningún colegio, y a Dios gracias bien gordo se cría y bien robusto».

De que podrás inferir, Andrés, cuán dañoso es el saber y qué verdad es todo cuanto arriba te llevo dicho acerca de las ventajas que en esta, como en otras cosas, a los demás hombres llevamos los batuecos, cuánto debe regocijarnos la proposición cierta de que: «En este país no se lee porque no se escribe, y no se escribe porque no se lee»; que quiere decir, en conclusión, que aquí ni se lee ni se escribe; y cuánto tenemos, por fin, que agradecer al cielo, que por tan raro y desusado camino nos guía a nuestro bien y eterno descanso, el cual deseo para todos los habitantes de este incultísimo país de las Batuecas, en que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir y en el cual tendremos la paciencia de morir.