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Después buscó el modo más natural de entablar conversación con don Braulio, y como si fuese un señor tan formal y de peso como él, le entretuvo más de media hora sobre materias importantes. Hizo más aún. Hizo algo que parecía imposible, dado lo parlanchín que era: supo callarse, escuchar con atención y obligar a don Braulio a que hablara, de lo cual don Braulio salió encantado.

Don Braulio, por último, si se juzgaba víctima, no culpaba a la sociedad en su conjunto, ni a ningún individuo singularmente, sino suponía que todo emanaba, por manera fatal e inevitable, de la misma naturaleza de las cosas.

Paco estaba cierto de que don Braulio no mataría ni a su mujer ni a su rival, pero tenía miedo de que atentase a su propia vida, y ya pensaba en vengarle matando al Condesito. Era Paco tan fuerte, tan sereno, y estaba tan seguro de , que nada le parecía más fácil.

Este y su mujer siguieron siempre en la corte siendo dechados de elegancia. Inesita, luego que pasó tiempo, filosofó con serenidad acerca de don Braulio y explicó su muerte de un modo satisfactorio para ella.

Entonces recordaba don Braulio y analizaba en su mente toda caricia, toda palabra de amor, toda señal de simpatía, y pugnaba por descubrir en ello lo que sólo procedía de amor, apartando lo que del deber, unido a la bondad y hasta a la compasión, acaso procedía.

De todos modos, a don Braulio no le encantó la tertulia; pero don Braulio tenía una pauta para su conducta, de la que había decidido no apartarse. Tal como está la sociedad, y fuese cual fuese el ideal que él tenía del gran mundo, lo cierto era que la casa de los Condes de San Teódulo era una casa respetable, donde cualquiera otro, en su posición, se hubiera quedado contentísimo de ser admitido.

Después fueron juntas a misa las dos hermanas; después almorzaron todos, y, por último, don Braulio, no sin prometer antes que aquella noche llevaría a las dos muchachas a los Jardines del Buen Retiro, se fué al Ministerio de Hacienda.

La abrió y leyó lo que sigue: «Señor don Braulio: La fama va esparciendo por todas partes que es usted listísimo. Yo le he tomado a usted afición y no quiero creerlo. En la situación de usted, llamarle listo es hacerle la mayor injuria. Verdaderamente usted no puede ser listo dentro de lo justo. O usted no es listo, o usted se pasa de listo.

Don Braulio aseguró entonces que se hallaba enteramente repuesto, y volvió a su asiento y se puso a trabajar como si nada hubiera pasado. No salió aquel día de la oficina ni medio minuto antes de la hora de costumbre. Cuando volvió a su casa, nadie hubiera notado en su rostro la menor huella de dolor.

Es menester aspirar a todo... Mira mi marido... Ya te le presentaré... No vale la vigésima parte de tu don Braulio. Y, sin embargo..., ¡cómo sabe ingeniarse!... Es un gerifalte... Yo hablo contigo con el corazón en la mano. Es menester que saquemos a tu marido del limbo en que vive. Tiene elementos... ¿Por qué no ha de aprovecharlos?