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Braulio es muy bueno; sería un santo si fuera mejor cristiano; pero es un hurón y tiene sus caprichos. No quiere que volvamos solas a los Jardines. Y eso que ignora la persecución de aquel Condesito. Yo deseo llevarte a los Jardines a ver si te distraes, porque me pareces melancólica; pero, ¿qué le hemos de hacer? Solas no podemos ir con licencia de Braulio, ni menos aún a escondidas.

No quiero, pues, alterar la verdad de mi historia e ir contra esta ley del progreso humano, convirtiendo en un monstruo al Conde de Alhedín. Atengámonos a la verdad. El Condesito, según he declarado ya, era un excelente chico, ligero, amigo de divertirse, muy tentado de la risa, pero mejor que el pan.

Entre estas damas expedicionarias y ya reinstaladas cerca de sus lares se contaba la linda Adela, prima del Condesito. Era la bondad personificada, sin frisar en tonta, y era además heredera única, con esperanzas de ser más rica que su primo cuando heredase. La Condesa viuda quería casar con ella a su hijo. Ya varias veces había procurado inducirle a que la pretendiera.

Esta volvió a emplear para cautivarle cuantos medios había antes empleado; pero el Condesito, firme y frío como una roca, no se mostraba sensible ni aun se daba por entendido. Elisa no perdió por eso la esperanza: esforzó sus artes y llegó más allá del término hasta donde en toda su vida había llevado la flirtation.

Hermana replicó Inesita con la mayor sencillez y naturalidad , no trates de lisonjear mi amor propio. No te creo. En todo caso fuiste , y no yo, quien flechó al Condesito: aunque, dejándonos de bromas, lo que debemos creer es que ni ni yo le flechamos. Excitamos su curiosidad por lo mismo que nadie nos conoce. Como es un vago, quiso seguirnos para pasar el tiempo.

Yo el romance de la Reina mora gritó D. Diego, batiendo palmas . ¿Lo echo? Venga. No: el del Barandal del cielo, que es más bonito y habla de la Virgen añadió el Condesito, gozoso de poder lucir sus habilidades . Me lo enseñó mi hermana Presentación, que sabe veintisiete y los dijo todos arreo delante del Sr. Obispo de Guadix, cuando Su Ilustrísima paró en casa el mes pasado.

El Condesito volvió a negar a su madre que él tuviese relaciones con doña Beatriz, y le confesó que había estado prendadísimo de la Marquesa; pero añadió que su coquetería sin entrañas le había curado de aquel principio de amor, y que tan radicalmente le había curado, que le era ya imposible amar a la Marquesa, y por consiguiente casarse con ella, si bien reconocía que era merecedora de llevar el nombre de él y de ser su compañera de toda la vida.

Hablemos del Condesito de la otra noche. Bien que no le amas. Demos gracias a Dios de que no te ha hecho tan inflamable que te pongas a amar a un hombre sólo con verle de pasada. No es de presumir tampoco que él esté perdidamente enamorado de ti. Tampoco los hombres se enamoran de súbito.

Lo singular fué que el Conde desapareció de pronto del grupo, el cual, al encontrarse con nuestras heroínas, se abrió para dejarlas paso, oyéndose por ambos lados murmullos lisonjeros y respetuosos, semejantes a los que de otras personas habían ellas oído ya. Inesita dijo al paño a su hermana: ¿Dónde se habrá escabullido el Condesito? ¿Quién sabe? contestó doña Beatriz.

como dijo, quizá harto duramente, el austero y satírico poeta, sin hacer más que cortejar a mujeres livianas? ¿Por qué no te casas con una mujer honrada, de tu clase, y te formas una familia? A esta lluvia de preguntas contestó con mucho reposo el Condesito: Todas las excitaciones de usted, querida madre, son tan buenas, que yo las seguiría sin vacilar si de dependiera seguirlas.