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Sin embargo, cuando se encontraron por primera vez en la tertulia de las de Meré, la hermosa le soltó un tu redondo y suprimió el título. Luis aquí, Luis allá: parecía que iba a comerle el nombre. A éste le sorprendió un poco la confianza, sin desagradarle. A nadie le duele oírse tutear por una linda damisela.

La segunda hablar prolijamente de las cosas leves y con sobriedad de las graves. Deshízose al fin la tertulia vespertina. Salieron casi todos sus preclaros miembros y se esparcieron por Madrid a difundir sus doctrinas, las cuales pueden resumirse de este modo: "El hombre nació destinado a firmar pagarés y gastar bigotes retorcidos.

Por eso se le veía cumpliendo estrictamente los deberes del perfecto galán, paseando un par de horas por la mañana en la calle de Altavilla, donde vivía su novia, acompañándola los domingos en el paseo, sentándose a su lado en la tertulia de las señoritas de Meré o en la de Quiñones, y bailando con ella todos los rigodones en los saraos del Casino.

Recios, secos e intermitentes charrasqueos del abanico de la novia. Al fin volvió a hablar la primera, y dijo a la segunda, sin borrar de su cara la expresión maliciosa: ¿Y para contarme esto solo me has traído tan acá y tan a escondidas, cuando podías haberlo publicado a gritos en medio de la tertulia..., y de seguro lo publicarán mañana los periódicos en sus crónicas de salones?

Ya se atrevía algunas noches a hacerles tertulia hasta las diez, y como la presencia de Micaela daba a la conversación un tinte de seriedad, Juanito hablaba del comercio, de los triunfos de la Bolsa, de la buena fortuna de su principal, y sobre todo, de don Ramón Morte, su grande hombre, al que cada vez tributaba una adoración más vehemente.

Juana cortó con segura destreza la levita y el traje de mujer, y madre e hija y dos oficialas trabajaron con tal ahínco, que el tres de agosto, víspera del santo, levita y vestido de mujer estaban terminados. Cuando aquella noche vino don Paco de tertulia, le dieron la sorpresa de enseñarle la levita. El casi se enojó, y hasta se le saltaron las lágrimas de puro agradecido.

También don Andrés, que no faltaba nunca a la tertulia, encontró no pocas veces a Juanita, ya en la antesala, ya en los corredores, ya en la escalera, ya en el zaguán cuando ella se iba. Don Andrés había admirado mucho a Juanita el día en que ella se mostró imprudentemente tan engalanada en la iglesia, y había conservado de ella muy buena impresión.

No sabía el pobre señor que cuando un hombre da en hallar tedioso el curso de las horas, no puede dedicarse a nada que le distraiga, porque necesita todo el tiempo para aburrirse, por mandato de una ley de la pícara condición humana. Aquella noche no vino un alma a la tertulia, y la cara menos triste que hubo en la cocina fue la de Facia, la incomprensible y misteriosa mujer gris.

Antes de morir tiene el inefable consuelo de ver a su hijo gobernador de una provincia de tercera clase. Célebre apóstrofe de D. Manuel Pez contra las improvisaciones. Los prohombres de la tertulia de Pez exhalan, en desgarradoras quejas, su sentimiento de ver a la patria en situación tan triste. Todos quisieran salvarla.

En todo cuanto decía su pobre marido encontraba ella pensamientos pecaminosos; todas las acciones de él eran mundanas: le quemaba los libros, le sacaba el dinero para obras pías, le llenaba la casa de padres misioneros, teatinos y premostratenses; y en cuanto se hablaba do conciencia y de pecados, empezaba á mentar los de todo el mundo, sacando á la publicidad de una tertulia frailuna la vida y milagros del vecindario, para condenarla como escandalosa y corruptora de las buenas costumbres.