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Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados; y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

2.ª La de la Anda-quilla, hecha en la misma muralla, y cuyo nombre, según algunos, procede de que cuando D. Diego Garcés de Marcilla, llegaba a Teruel montado en una jaca la noche en que se cumplía el plazo de espera dado por su amada D.ª Isabel de Segura, al entrar por aquella puerta oyó la primera campanada de un reloj que daba las once y que D. Diego creyó las doce, y entonces hincando la espuela a su cabalgadura para llegar a tiempo a la casa de Isabel, dijo a su escudero: «Camacho perdidos somos» y a la jaca «Anda, jaquillapalabra que corrompida hoy la pronuncia el pueblo «Anda-quilla

Pero, al fin y al cabo, gozaba de veras el pobre hombre, era dichoso por completo; y tan absorto le traían las preocupaciones del oficio y los deberes y solaces de su vida doméstica y social, que hasta había perdido enteramente aquel su hidalgo aborrecimiento a las deudas y a la usura, y ni siquiera reparaba cómo este mal demonio de los ricos desatentados le iba hincando las unas en lo más vivo, en lo más hondo, en el mismo corazón de la «olla grande».

Llegó, en fin, cansado y sin aliento, y, puesto delante de los desposados, hincando el bastón en el suelo, que tenía el cuento de una punta de acero, mudada la color, puestos los ojos en Quiteria, con voz tremente y ronca, estas razones dijo: -Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley que profesamos, que viviendo yo, no puedes tomar esposo; y juntamente no ignoras que, por esperar yo que el tiempo y mi diligencia mejorasen los bienes de mi fortuna, no he querido dejar de guardar el decoro que a tu honra convenía; pero , echando a las espaldas todas las obligaciones que debes a mi buen deseo, quieres hacer señor de lo que es mío a otro, cuyas riquezas le sirven no sólo de buena fortuna, sino de bonísima ventura.

Pues cuando menos lo pienses vendré por la noche á llamar á tu ventana... Adiós, Florita; adiós, botón de rosa... adiós, clavel de Italia, ¡adiós! ¡adiós! Y D. Lesmes descargó su emoción hincando las espuelas á la jaca, que botó como una pelota y se alejó brincando con fragor por la calzada pedregosa. Flora permaneció un instante inmóvil contemplándole con ojos risueños y triunfantes.

La mula quedó casi totalmente enterrada en fango, y cuando el arriero vió tal cosa, y que la galera se había inclinado de un lado, hincando el eje en el suelo, se puso hecho un demonio: llamó en su auxilio á todos los santos del cielo y á todos los demonios del infierno, se tiró de los cabellos y hasta empezó á darse latigazos de rabia.

27 Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y juntaron a él toda la cuadrilla; 28 y desnudándole, le echaron encima un manto de grana; 29 y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le burlaban, diciendo: ¡Hallas gozo, rey de los Judíos!

No bien asomamos las narices á la puerta, calla el discordante y atronador coro que forman los granujas lectores, quítase el maestro las gafas, pónese de pie, hacen lo propio sus discípulos, y todos á la vez, hincando una rodilla en tierra, exclaman á grandes voces: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas; y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras, y, hincando ambas rodillas en el suelo, dijo: -Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talente al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos de verse ante vuestra magnífica presencia.

Según antigua tradición, Marcilla fue a Teruel por el camino de San Cristóbal, y al llegar a los Arcos oyó que daban las once en una torre de la ciudad, e hincando espuela a su cabalgadura dijo a su escudero: «Camacho, perdidos somos