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Es, sin embargo, muy pintoresco mi pueblo natal y yo estoy muy orgullosa de él... Situado en el extremo de una cadena de montañas, a modo de un punto final, Aiglemont, mi tranquilo pueblo natal, se levanta en la roca con la majestad de una cosa vieja dormida en la serena conciencia de un largo pasado.

Qué exageración, mi pobre Francisca... ¡Cómo! exclamó Francisca con cólera, ¿encuentras divertido vivir en medio de los aiglemonteses?... Pues sólo con pasar por las calles un poco estrechas de este viejo Aiglemont, atrapo yo el spleen... ¡Pobre Francisca! dije con sonrisa burlona. , búrlate de , pero eso no quita que esté muy harta de esta vida.

A los moralistas, a los economistas y a los legisladores toca buscar y encontrar los remedios. Toda la ambición del «Diario» que sigue es notar los signos y marcar las manifestaciones de ese mal. Aiglemont, 26 septiembre 1903 Abuela, abuela grité aquella mañana al salir de la cama, felicítame, porque hoy cumplo veinticinco años...

Estoy haciendo visitas nos dijo al entrar, a todas las personas queridas, para desearles un buen año. Genoveva recibió sonriendo su entusiasta abrazo, cambiaron las dos sus regalitos, y nos pusimos a hablar al lado del claro fuego de los leños monumentales en uso en Aiglemont. ¿Vamos a leer estas cartas a Francisca? exclamó de pronto aturdidamente.

Caballero... me figuré que otras voces murmuraban en el mismo momento al señor Desmaroy, acuda usted pronto a Aiglemont... En esa peña viven en buena armonía el dote y la mujer que le esperan... Tome usted a peso el primero y sea indulgente con la segunda... ¿Qué importa ésta si aquél le agrada?...

Tiene 6.000 habitantes dije sin atreverme a levantar los ojos. Un poco menos que Aiglemont respondió la abuela sin fijarse lo más mínimo en mi confusión. Me gustan esos pueblos pequeños... Las costumbres son en ellos apacibles y honradas... No por qué me pareció sorprender un relámpago de satisfacción en la mirada que me echó al cerrar la puerta... 2 de febrero. Descarrilo, positivamente.

El señor Baltet debe de estar contento de la recepción que se le ha hecho en Aiglemont. El padre Tomás le ha mostrado una benevolencia excesiva.

Estáis cogidos, odiosos impíos parecen decir las caras de los devotos asiduos ante la invasión de los nuevos filisteos. El coro nos pertenece como a vosotros, estúpidos santurrones parece que responden los impíos aludidos. Y unos y otros, al salir de la Catedral, exclaman con satisfacción: La verdad es que Aiglemont puede estar orgulloso de su coro. Se dice Aiglemont y no la Catedral.

Si estuviera segura de encontrar en casa de esa gente personas conocidas, puede que aceptase por Paulina... Hay tan pocas distracciones en Aiglemont... La abuela logró apenas contener una sonrisa que yo adiviné en su mirada casi maliciosa.

El padre Tomás, conocido y apreciado por el pueblo entero, lo que no es frecuente en Aiglemont, es también íntimo de los Ribert. El cura sacó en seguida la conversación de las solteronas, ayudado por la de Ribert, apasionada por todo lo que se refiere a la evolución femenina.