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Se armó tal zaragata, que tuvo que intervenir Ido con frases de concordia, y Segunda manoteaba, echando la culpa al calzonazos de su hermano, y este increpaba a Encarnación, y la chiquilla daba de rechazo contra Maxi; y fue tal el vocerío que hubo de presentarse en la puerta, que estaba abierta, Estupiñá, y penetró en la casa con ademanes policiacos, mandando callar a todo el mundo y amenazando con traer una pareja. «Ya decía yo que en este cuarto no habría paz, y como sigan así, pronto los planto a todos en la calle». Se fue refunfuñando, y al anochecer, cuando ya Ido y Maxi se habían marchado, y los hermanos Izquierdo estaban comiendo, volvió a subir, con bastón de mando, y dijo despóticamente: «Orden, orden y el primero que meta ruido, va a la cárcel».

Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa; pero esta le recibió con los puños, que, rechazándole con fuerza, le hicieron perder el equilibrio y casi caer sobre don Basilio. ¡Nerviosa, nerviosísima! dijo el médico, disimulando el dolor de un callo que le había pisado aquel calzonazos. Empezaron las explicaciones.

Oye, Quintín, ahora te digo, que haces bien en buscar carne fresca fuera de casa, porque tu parienta está mojama. Anda, calzonazos, échala o me marcho.

Si ahora sufría aquel insulto, ¡Dios sabe adónde llegarían los vuelos de la niñaEl majo los escuchaba, pintada la angustia en su semblante. Al fin exclamó con desesperación, mesándose los cabellos: ¡Tenéis razón! Soy un calzonazos, un sinvergüenza. Pero no puedo... ¡no puedo! ¡Esa mujer me ha cogido la acción! La maga.

¿Y el pobre calzonazos dio su permiso? dijo Visita, colorada de indignación . ¡Qué maridos de la isla de San Balandrán! añadió acordándose del suyo. La Marquesa no acababa de santiguarse. «Aquello no era piedad, no era religión; era locura, simplemente locura.

Si tuvieras cuarenta años, como cuando fuiste a la tierra del Fuego y me trajiste aquellos collares verdes de los indios... Pero ahora... Ya yo que ese calzonazos de Marcial te ha calentado los cascos anoche y esta mañana, hablándote de batallas. Me parece que el Sr.

Dime, calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de la Pilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila que parecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dónde ha de estar todo aquel tesoro?

El doctor se puso un poco encendido y disimuló con un ziszás entre ceja y ceja su enojo, doble por lo de haberle llamado D. Basilio y haberle hecho enseñar la punta de la oreja de su descuidada educación en materia de antigüedades. «¡Qué animal es este calzonazospensó, y siguió: Es necesario que vayamos a la raíz del mal. No le cogía a Reyes tan de nuevas la cuestión como creía el otro.

Así y todo la agarró fuertemente por el brazo, y soltando tres o cuatro ternos seguidos, le escupió más que le dijo: «Oyes , grandísimo pendón; su casta es mejor que la tuya siete mil veces... ¿Qué hubiera sido de ti si no te hubieras casado con el calzonazos de mi hermano? ¿Así pagas el bien que te ha hecho, insultándole a él y a todos nosotros?... ¡Pues mira, chica, que el porvenir de tu casta hubiera sido lucido como hay Dios!... Estabais con el agua al cuello, más pobres que las arañas, ¿y todavía vienes echando fieros?... ¡Si le digo a V., hombre, que es morirse de risa!... ¡Vaya un hermano babieca que tengo!... ¡Babieca!... ¡Más que babieca!...»

Dice usted que es ridículo el ser un calzonazos; y que es un pobre hombre todo Juan Lanas, y sale un importante de estos que, a costa de tener reputación, se conforman con tenerla mala, y exclaman a voces: ¡Señores! ¿Saben ustedes quién es ese Juan Lanas de quien habla el satírico? Ese Juan Lanas soy yo: porque para eso de entender alusiones no hay hombres como los batuecos.