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He... habría querido que siempre estuvieras aquí como en tu casa, que no tuvieras necesidad de ir a vivir entre gente extraña... entonces bajo las miradas de Marta, de aquella a quien ambos amamos... ¿Para qué pronunciaría su nombre? Sentía nacer en una fiera alegría, me parecía que me brotaban alas; y he ahí que su nombre me hería como un latigazo.

Si en vez de esa beata viviera al lado de Pez una dama que reuniera en sus salones lo más selecto de la política, ya Pez sería ministro... De veras... ¡si yo tuviera a mi lado un sujeto semejante...! Pero vaya usted a hacer ministro a Bringas, un hombre que se pone de mal humor cuando hay que dar agua con azucarillo a cualquiera que viene a casa; un hombre que quiere que me vista de hábito y lleve a los niños con alpargatas. ¡Ah!, roñoso, menguado, nunca serás nada... ¡Oh Pez!, si tuvieras por esposa a la mujer que te corresponde, ¿cómo habías de consentir que saliera a la calle hecha un adefesio para ponerte en ridículo?... Aprende , bobo, de quien con cincuenta mil reales de sueldo vive con la apariencia de doce mil duros de renta y paga veinticuatro mil reales de casa.

Diría que tu educación, hecha exclusivamente por él, fue un prodigio de sensatez, de cordura, que te hizo buena... no como expresarlo, sin que tuvieras nunca que violentarte ni vencerte, inspirándote aversión a lo malo y lo mezquino. Vamos que hizo que tuvieses bondad y virtud casi por naturaleza, como tienes los ojos azules y el pelo rubio... Pero ¿a qué viene esto?

¡Aquí estoy, hombre! respondió el Cura . ¡Cuidado que es tema!... Pues mira, con esas prisas en mejor salú, no las tuvieras ahora... ¡Eso es! refunfuñó mi tío . Para consuelo de mis ajogos, tíñeme y vociférame, ¡pispajo!

Es preciso que se te administre una infusión de principios morales, para lo cual, como tu estado es primitivo, basta por ahora el catecismo. ¡Oh! ¡Si tuvieras buena voluntad...! La tendré. Ahora viene lo gordo, hija.

El caso no fué trágico, por fortuna, si bien digno de atención y de meditarse largamente. El duque se llevó la mano al sitio del siniestro y exclamó sonriendo con benevolencia: ¡Demonio, Amparito, no creí que tuvieras la mano tan pesada! Aquélla, que se había puesto pálida después de su irreflexivo arranque, quedó estupefacta ante la extraña salida del banquero.

Si tuvieras algún pesar que te abrumara, el arroyuelo te lo diría, respondió la madre, así como me habla á del mío. Pero ahora, Perla, oigo pasos en el camino y el ruido que forma el apartar las ramas de los árboles; vete á jugar y déjame que hable un rato con el hombre que viene allá á lo lejos. ¿Es el Hombre Negro? preguntó Perla.

No respondió el torero , porque me ahogaría la risa. Ya no estoy celoso, Mariquita. Tantos celos tengo como el sultán en su serrallo. ¡Pobre mujer! ¿Qué sería de ti, con un marido que te enamora con recetas y un cortejo que te obsequia con coplas, si no tuvieras quien supiera camelarte con zandunga?

Una chafandina que no valdría un celemín de bellotas, una bestia, salva sea la comparanza. Y ahora ¿qué serás? Una mujer pa too lo que se la pida. Nadie. ¡Pues entonces! Si tuvieras conocimiento, criatura, darías gracias a Dios por haberte puesto una maestra que es como una gloria. Para too sirve la endina, para too tiene las manos finas y los pies listos, ¿verdá, ?

Porque parece así como si tuvieras olvidado por completo el catecismo, y ella viniese a refrescarte la memoria. Pero, en fin, en eso no debo meterme porque no me concierne. El resultado es que te casas. Haces bien. El hombre está mal solo, y cuando halla una compañera digna, como has hallado, no debe perder la ocasión. Fernanda es una buena muchacha; segura estoy de que te hará feliz.