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El caso no fué trágico, por fortuna, si bien digno de atención y de meditarse largamente. El duque se llevó la mano al sitio del siniestro y exclamó sonriendo con benevolencia: ¡Demonio, Amparito, no creí que tuvieras la mano tan pesada! Aquélla, que se había puesto pálida después de su irreflexivo arranque, quedó estupefacta ante la extraña salida del banquero.

Yo no las echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para , era de meditarse mucho y, por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasando una buena temporada. La primera carta en que trató del asunto fue la más extensa de las ocho o diez de la serie.

Esperad... esperad, que el negocio lo merece repuso el señor Gabriel con gran calma . Recordad; yo pido al tío Manolillo esta tarde mil y quinientos doblones por la vida de un hombre principal, que de seguro que es don Rodrigo Calderón; don Rodrigo Calderón tiene unas cartas de la reina que la comprometen, y esta noche va á casa de la señora María á pedir mil y quinientos doblones una dama, que aunque no la conocemos, debe ser principalísima. ¿No creéis que debe meditarse esto, señor Francisco? ¿No creéis que en esto danzan las cartas, la reina y el tío Manolillo, y tal vez la reina en persona...?