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Nuestra madre amorosa. ¡Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de como cuando nos acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de su respiración. Ella nos mira de noche y de día por medio de... no te rías... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el mundo. ¿Y esas cosas hermosas...? Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderías si tuvieras los tuyos.

Porque es de necesidad que yo te aborrezca. No será por el estorbo que te hago. Pero sobra con el daño que me has hecho. Es mayor el beneficio que me debes, si sabes utilizarle. Con que, en buena justicia, no puedes aborrecerme, aunque llegues a olvidarme. ¡Eso que no es tan fácil, embustero, como lo ha sido para ti! ¡Ojalá tuvieras razón! Pero no será el milagro obra mía.

Mejor tuvieras vergüenza y fueras persona decente como yo. ¿En dónde pasas las noches?... ¿en qué gastas el dinero?... Y luego viene diciendo el bobo que se trata con esos señores de política, y que está armando un gatuperio como el de los tiempos en que cayó la Mamancia.... ¿Qué entiendes de eso, cafre, si andas en dos pies porque al Señor se le olvidó hacerte la cruz en el lomo?... Mira que no se ha acabado la madera de que hicieron las horcas en la plazuela.

No me hubieras olvidado tan pronto. ¿Merecías otra cosa? En fin, ni debes hablar más, ni yo escucharte. He venido, ¿qué se yo?, por debilidad, por miedo a que tuvieras el atrevimiento de plantarte en mi casa. Estaba resuelto. Pues si es verdad que me has querido, que aún me quieres, demuéstramelo... dejándome vivir tranquila y no te guardaré rencor, es más, te lo agradeceré con toda mi alma.

A veces, con una timidez ruborosa y huyendo la vista, preguntaba a Ojeda por el estado de sus negocios. «¡Si tuvieras un dinero que necesito!»... Y cuando él, con apresuramiento, satisfacía su demanda, María Teresa parecía arrepentirse. ¡Qué vergüenza! ¡Yo pidiéndote dinero!... Es para algo importante; ya sabes... el pleito. Pero en fin, como hemos de casarnos, todo lo nuestro debe ser común.

Si a esa reja te asomaras y a Leonor vieras aquí, tuvieras piedad de y de mi amor no dudaras. Aquí te buscan mis ojos, a la luz de las estrellas, y oigo, a par de tus querellas, el rumor de los cerrojos. Y oigo en tu labio mi nombre con mil suspiros también. UNA VOZ, dentro. Hagan bien para hacer bien por el alma de este hombre.

¡Qué pregunta! exclamó ella con semblante risueño, sin avergonzarse. No hablo de novio formal. Si lo tuvieras ya estaría yo enterado. Quiero sólo saber si entre los jóvenes que te obsequian hay alguno que hubiese logrado interesarte más o menos. ¿Para qué quieres saber eso? Contesta. Cecilia hizo un gesto negativo.

¡Me has ofendido, y de qué modo! exclamó Carlos que era todo acíbar . Con cien vidas que tuvieras no pagarías tu delito.... ¡y vienes a amansarme ahora con la pamplina de que somos hermanos, hermanos por la casualidad, por el capricho!... Peor, peor mil veces para tu conciencia.

Estas fueron sus excusas, y me enviaron a España; y yo, por reñir con ese farsante, reñí con mi hija. Hasta hoy no les había visto... Señores, llévenme ustedes donde quieran, pero declaro que siempre que pueda vendré a silbar a ese ladrón italiano... He estado enfermo, estoy solo: pues revienta, viejo, como si no tuvieras hija. Tu Conchita no es tuya; es de Franchetti... pero no; es del arte.

»Yo aguardaba con angustia la respuesta de mi hija que no se hizo esperar. Después de cortos instantes de silencio, dijo: » Y aun cuando yo pensase como , ¿qué íbamos a hacerle? Todo está ya preparado para ese viaje; de modo que aunque tuvieras razón ya no habría tiempo. Por otra parte, ¿quién se atrevería a decirle a mi padre que es para nosotros un estorbo? ¿Lo harías ? Yo, jamás.