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Actualizado: 23 de junio de 2025
Señora exclamó D. Paco poniéndose de rodillas si la señora doña Asuncioncita no se queda en la casa, usted se condenará. ¿Pues qué ha hecho? Salir a dar un paseo. ¿Verdad, niña mía? No; ¡mi madre no me perdona! gritó con desesperación la muchacha . Llévenme fuera de aquí. No merezco pisar esta casa... Mi madre no me perdona. Vale más que me maten de una vez.
Estas fueron sus excusas, y me enviaron a España; y yo, por reñir con ese farsante, reñí con mi hija. Hasta hoy no les había visto... Señores, llévenme ustedes donde quieran, pero declaro que siempre que pueda vendré a silbar a ese ladrón italiano... He estado enfermo, estoy solo: pues revienta, viejo, como si no tuvieras hija. Tu Conchita no es tuya; es de Franchetti... pero no; es del arte.
Allí bajaré á tierra, veré á Jacobo y le plantearé las formidables preguntas que deben esclarecer por completo la oscuridad de que tan hábilmente han sido rodeados los pormenores del crimen. ¿Van ustedes á verle? exclamó la madre juntando las manos con ademán suplicante. ¡Oh! Llévenme con ustedes. No podemos. La presencia de usted á bordo sería una confesión de nuestros proyectos.
Acercóse la duquesa y, antes de que abriese la boca, Felicita se le adelantó: Ya sé lo que me va a decir, señora duquesa. Lo sé y no quiero oír de fuera la acusación. Estoy convicta y confesa. Llévenme a la cárcel, denme vil garrote. Yo le he matado.... No delire, pobre mujer. Revístase de fortaleza para escucharme. Le traigo un manjar amarguísimo; pero con un granito de dulzura y de consuelo.
Palabra del Dia
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