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Los médicos de la plaza caminaban detrás, y con ellos el marqués de Moraima y don José el apoderado, que parecía próximo a desmayarse en los brazos de algunos compañeros de los Cuarenta y cinco, todos confundidos y revueltos por la común emoción con las gentes desarrapadas que seguían al torero. La muchedumbre estaba consternada.

Perduraba en su alma de hombre del campo el respeto a la legitimidad del matrimonio, creyéndose autorizado a mayores libertades con la aristocrática amiga del torero que con las pobres mujeres que formaban la familia de éste. Pasó por alto doña Sol estas palabras y acosó con sus preguntas al bandolero, queriendo saber cómo había llegado a su estado actual.

Despojeme del paletó, que entregué a no quién, como un torero que tira la capa al tendido; hice lo mismo con el sombrero; metí los dedos por el cabello, a guisa de escarpidor, levantándolo y ahuecándolo lindamente, y, por último, aparecí en la plataforma alzada al efecto en el salón. Y fui saludado por una salva de aplausos.

Cuando se cansó del coronel, amó a un ingeniero civil, y después del ingeniero a un periodista, y así sucesivamente hasta un torero de fama; porque el público llevaba una cuenta minuciosa de todas esas prodigalidades amorosas, aunque la pródiga pensaba que nadie se las veía.

Debía ser un colapso que le había privado de vida aparentemente. No se veía sangre. Los rasgones de su ropa eran efecto, sin duda, del revolcón que le había dado el toro. Entró apresuradamente el doctor Ruiz, y sus colegas le dejaron pasar a primer término, acatando su maestría. Juraba en su nerviosa precipitación, mientras iba ayudando a Garabato a abrir las ropas del torero.

Era la cofradía de los señores, y el torero, al verse camino de la fortuna, ingresó en ella, huyendo de las cofradías populares, en las que la devoción iba acompañada de embriaguez y escándalo. Gallardo hablaba con orgullo de la seriedad de esta asociación religiosa. Todo puntual y bien disciplinado, lo mismo que en el ejército.

Volvió otra vez el criado de gesto imponente a recibir al torero en la cancela, para decirle que la señora había salido, cuando él sabía ciertamente que estaba en casa. Gallardo la habló una tarde de una breve excursión que debía hacer a su cortijo de La Rinconada. Necesitaba ver unos olivares que su apoderado había comprado durante su ausencia, uniéndolos a la finca.

Bajaban las señoras de sus coches, vestidas de negro, con ricas mantillas, y los hombres penetraban en la iglesia, atraídos por la concurrencia femenina. Gallardo entró también. Un torero debe aprovechar las ocasiones para rozarse con las personas de alta posición.

Te los has metió en er borsiyo dijo el Nacional, que estaba con el capote preparado cerca del toro. La muchedumbre manoteaba llamando al torero. «¡Aquí, aquíCada uno quería que matase al toro frente a su tendido, para no perder ni un detalle, y el espada vacilaba entre los llamamientos contradictorios de miles de bocas.

Los antiguos cuadros de la escuela de Cenceño sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los había mandado al segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algún fraile pícaro; y con escándalo de Bedoya y de Bermúdez hasta había colgado de las paredes cromos un poco verdes y nada artísticos.